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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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pues hizo que la tierra se precipitara sobre la

nieve, tapizando la alfombra de nata con

perfumados copos de canela.

Cerré los ojos y, encogido por la emoción, alcé

hasta mis fosas el cáliz oscuro de una

consagración pagana. Santo Grial, cuyo poder

fue desvelado por un rebaño de triscadoras

abisinias, y no por Sir Galahad del Sitial

Peligroso. Si Alá en su cielo toma café, no lo

tomó nunca mejor que aquel cuyo aroma

aspiraba yo, por mucho que Janeczka se

quejara de la torpeza de los cocineros de su

esposo. Paulina me sobresaltó al limpiarme la

punta de la nariz, manchada de nata y

cinamomo, con una servilleta de hilo que me

pareció de tisú. La miré fijamente, embelesado

por sus ojos de pantera francesa y por el

aroma hechicero del café.

—Puesto que su merced vivió en París, mi

señora Yaneska... —cortó don Gaspar mi

embeleso.

—Nací en París, mejor dicho —corrigió ella.

—Discúlpeme, tiene razón. Puesto que nació y

vivió en París, estará al día en las corrientes

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