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Las aventuras de Pinocho

Carlo Collodi

–¿Por qué?

–Porque los estudiantes que estudian desprestigian a los

que, como a nosotros, no nos gusta estudiar. ¡Y nosotros no

queremos quedar desprestigiados! ¡También nosotros tenemos

amor propio!...

–¿Y qué tengo que hacer para complacerlos?

–Tienes que agarrarle pereza tú también al colegio, a las

clases y al profesor, que son nuestros tres peores enemigos.

–¿Y si quiero seguir estudiando?

–Pues te vamos a dejar de hablar, ¡y a la primera ocasión

nos la vas a pagar!...

–La verdad es que me dan risa –dijo el títere meneando

la cabeza.

–¡Eh, Pinocho! –gritó entonces el más grande de los muchachos,

parándosele enfrente–. No vengas aquí a dártelas,

¡no vengas aquí a hacerte el gallito!... Porque si tú no

nos tienes miedo, nosotros tampoco te tenemos miedo a ti!

Acuérdate de que tú eres uno solo y nosotros somos siete.

–¡Siete, como los pecados capitales! –dijo Pinocho con

una carcajada.

–¿Sí oyeron? ¡Nos está insultando a todos! ¡Nos dijo que

éramos los pecados capitales!...

–¡Pinocho! ¡Pídenos perdón por esa ofensa… ¡o si no,

yo no sé!

–¡Lero lero! –les dijo el títere poniéndose el dedo índice

en la punta de la nariz para burlarse de ellos.

–¡Pinocho, vas a acabar muy mal!...

–¡Lero lero!

–¡Deja de tocarte como un bobo!...

–¡Lero lero!

–Vas a volver con la nariz rota!...

–¡Lero lero!

–¡Ahora el “lero lero” te lo voy a dar yo! –gritó el más furioso

de esos pillos–. ¡Toma este adelanto, y descuéntalo de

la comida de esta noche!

Y diciendo esto le metió un puño en la cabeza.

Pero fue acción y reacción, como dicen por ahí, pues

como era de esperarse, el títere le respondió al instante con

otro puño y de un momento a otro la pelea se volvió una batalla

general y muy aguerrida.

Aunque Pinocho estaba solo, se defendía como un héroe.

Con sus pies de madera durísima trabajaba tan bien que lograba

mantener a raya a sus enemigos. Donde sus pies aterrizaban

y golpeaban, dejaban siempre un morado de recuerdo.

Entonces los muchachos, furiosos de no poder medirse

con el títere cuerpo a cuerpo, pensaron que era hora de usar

proyectiles y, sacando los tomos de sus libros del colegio,

empezaron a darle con Cartillas, Gramáticas, el Libro de Lengua

de Giannettini, el diccionario Minuzzoli, los Cuentos de

Thouar, el Pollito de la Baccini y otros libros escolares. Pero

el títere, que era de ojo rápido y despierto, esquivaba todo a

tiempo, incluso los volúmenes, que le pasaban por encima

de la cabeza e iban a dar directo al mar.

¡Figúrense cómo quedaron los peces! Creyendo que los libros

eran de comer, los peces corrían a la superficie del agua, se

comían alguna página y la escupían al acto, haciendo muecas

de asco con la boca como diciendo: “¡Esto no es para nosotros,

nosotros estamos acostumbrados a comida mucho mejor!”.

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