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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
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La historia de Pinocho con el Grillo Parlante,
en que se ve cómo a los niños malos no les gusta
que los corrija alguien que sabe más que ellos.
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Es así, amigos, que mientras al pobre Geppetto lo llevaban
sin culpa a la cárcel, el pícaro de Pinocho, librado de las garras
del carabinero, corría a zancadas por los campos, apurándose
para volver a su casa. Y en el furor de la carrera
saltaba colinas, arbustos de frutas y fosos llenos de agua,
como habrían hecho un ciervo o una liebre huyendo de un
cazador.
Una vez frente a su casa vio que la puerta estaba cerrada.
La empujó, entró y poniendo el seguro se dejó caer en el suelo,
soltando un suspiro de felicidad.
Pero esa felicidad le duró poco, pues oyó que algo en el
cuarto hacía:
–¡Cri-cri-cri!
–¿Quién me llama? –dijo Pinocho asustado.
–¡Soy yo!
Pinocho se dio vuelta y vio a un grillo grande trepando
lentamente por la pared.
–Dime, grillo, ¿quién eres tú?
–Yo soy el Grillo Parlante y vivo en este cuarto desde hace
más de cien años.
–Pues ahora este cuarto es mío –dijo el títere–, y si quieres
hacerme un favor, vete de una vez y no vuelvas más.
–Yo no me voy de aquí –respondió Grillo– sin antes decirte
una gran verdad.
–Dímela y esfúmate.
–¡A los niños que se rebelan a sus padres y que abandonan
caprichosamente la casa paterna nunca les va bien en la
vida, y tarde o temprano se arrepienten amargamente!
–Sigue cantando, Grillito. Yo ya decidí que mañana, al
amanecer, me voy a ir de aquí, porque si me quedo me va a pasar
lo que les pasa a todos los demás niños, es decir que me van
a mandar al colegio y por las buenas o por las malas me va a tocar
estudiar. Y yo, aquí entre nos, no tengo ningunas ganas de
estudiar y me divierto más persiguiendo a las mariposas y subiéndome
a los árboles a agarrar pajaritos en los nidos.
–¡Pobre tontín! ¿Es que no sabes que así te vas a volver
un hermoso burrito, y que todos se van a burlar de ti?
–¡Cállate, Grillo de mal agüero! –gritó Pinocho.
Pero el grillo, que era paciente y filósofo, en vez de tomarse
a mal esta impertinencia, continuó con el mismo tono de voz:
–Y si no quieres ir al colegio, ¿entonces por qué no aprendes
por lo menos un oficio, para ganarte honestamente un
poco de pan?
–¿Quieres que te diga? –respondió Pinocho, que empezaba
a perder la paciencia–. Entre los oficios del mundo solo
hay uno que me llama la atención.
–¿Y cuál sería ese oficio?
–El de comer, beber, dormir, divertirme y vivir día y noche
como un vagabundo.
–Para que sepas –dijo el Grillo Parlante con su calma habitual–
todos los que se dedican a ese oficio terminan casi
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