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Las aventuras de Pinocho

Carlo Collodi

siempre en el hospital o en la cárcel.

–¡Silencio, Grillo maldito!... ¡Si me sacas la piedra, peor

para ti!...

–¡Pobre Pinocho! ¡Me das lástima!...

–¿Por qué te doy lástima?

–Porque eres un títere y encima tienes la cabeza de madera.

Al oír estas últimas palabras Pinocho saltó enfurecido y

agarrando de la mesa un martillo de madera lo lanzó sobre

el Grillo Parlante.

Quizás no creía que le iba a pegar, pero desgraciadamente

le dio justo en la cabeza, tan duro que el pobre grillo apenas

si tuvo aliento para hacer cri-cri-cri, y quedó aplastado

y tieso en la pared.

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Pinocho tiene hambre y busca un huevo para

hacer huevos revueltos, pero justo en ese

momento el huevo sale volando por la ventana.

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Había empezado a hacerse de noche y Pinocho, acordándose

de que no había comido nada, sintió un cosquilleo en el estómago

que se parecía mucho al apetito.

Pero el apetito en los niños corre veloz y, en efecto, a los

pocos minutos el apetito se convirtió en antojo y en un abrir

y cerrar de ojos el antojo se convirtió en un hambre de lobos,

en una voracidad de cortarse con un cuchillo.

El pobre Pinocho corrió al fogón, donde había una olla

hirviendo, y trató de quitarle la tapa para ver qué tenía, pero

la olla estaba pintada en la pared. ¡Imagínense cómo se

puso! La nariz, que ya era larga, le creció todavía unos cuatro

dedos.

Entonces se echó a correr por el cuarto y a esculcar en todos

los cajones y armarios en busca de un pedazo de pan,

quizás un poco de pan seco, una corteza, un hueso que le hubiera

sobrado al perro, un poco de polenta enmohecida, una

espina de pescado, una pepa de cereza, en fin, cualquier cosa

que pudiera masticar. Pero no encontró nada, una enorme

nada, la nada misma.

Mientras tanto el hambre le crecía sin parar y el pobre

Pinocho no tenía más remedio que bostezar, y daba unos

bostezos tan largos que a veces la boca le llegaba hasta las

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