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Las aventuras de Pinocho

Carlo Collodi

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Los títeres reconocen a su hermano Pinocho

y le hacen una gran fiesta, pero en esas

aparece el titiritero Tragafuego y Pinocho

corre peligro de acabar muy mal.

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Cuando Pinocho entró al teatro de las marionetas sucedió

algo que casi desata una revolución.

Hay que saber que el telón ya había subido y la comedia

ya había empezado.

En el escenario se veían Arlequín y Pulchinela, que discutían

entre sí y, según la costumbre, se amenazaban de un

momento a otro con intercambiar una montaña de golpes y

bastonazos.

La platea, muy atenta, sufría ataques de risa al oír las disputas

de esos dos títeres que gesticulaban y se insultaban

con tanta veracidad como si fueran dos seres con uso de razón,

dos personas de este mundo.

De repente, en un abrir y cerrar de ojos, Arlequín paró

de actuar y girándose hacia el público y haciéndole un gesto

con la mano a alguien al fondo de la platea, comenzó a gritar

en tono dramático:

–¿Qué es la vida, una ilusión? ¿Una sombra, una ficción?

¡Ese que está allá es Pinocho!...

–¡Es Pinocho de verdad! –gritó Pulchinela.

–¡Es él en persona! –gritó la señora Rosaura, asomando

la cabeza desde el fondo del escenario.

–¡Es Pinocho, es Pinocho! –gritaron en coro todos los títeres,

saliendo a saltos de los bastidores–. ¡Es Pinocho! ¡Es

nuestro hermano Pinocho! ¡Viva Pinocho!...

–¡Pinocho, ven aquí conmigo! –gritó Arlequín– ¡Ven a

que te abracen tus hermanos de madera!

Tras esta afectuosa invitación, Pinocho dio un brinco y

desde el fondo de la platea llegó a los puestos de honor. Con

otro salto, de los puestos de honor se montó a la cabeza del

director de la orquesta, y de ahí se deslizó al escenario.

No es posible imaginarse los abrazos, los apretujones, los

pellizcos amistosos y los cariños de la verdadera y sincera

hermandad que Pinocho recibió en medio del escándalo de

los actores y las actrices de esa compañía dramático-vegetal.

Era un espectáculo que conmovía, cómo negarlo. Pero el

público de la platea, viendo que la comedia no continuaba,

se impacientó y empezó a gritar:

–¡Queremos comedia, queremos comedia!

Un desperdicio de aliento, porque los títeres, en vez de

continuar la obra, redoblaron los gritos y el ruidajero, levantando

a Pinocho en hombros, se lo llevaron triunfalmente

sobre las candilejas del escenario.

Entonces salió el titiritero, un hombre tan feo que sólo

mirarlo daba miedo. Tenía un barbón negro como una mancha

de tinta y tan largo que le bajaba del mentón hasta el

piso. Con solo decirles que cuando caminaba, se pisaba la

barba con los pies. Su boca era tan ancha como un horno, sus

ojos parecían dos linternas de vidrio rojo, con una luz encendida

detrás, y con las manos restallaba una fusta enorme,

hecha de serpientes y de colas de zorro trenzadas.

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