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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
10
Los títeres reconocen a su hermano Pinocho
y le hacen una gran fiesta, pero en esas
aparece el titiritero Tragafuego y Pinocho
corre peligro de acabar muy mal.
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Cuando Pinocho entró al teatro de las marionetas sucedió
algo que casi desata una revolución.
Hay que saber que el telón ya había subido y la comedia
ya había empezado.
En el escenario se veían Arlequín y Pulchinela, que discutían
entre sí y, según la costumbre, se amenazaban de un
momento a otro con intercambiar una montaña de golpes y
bastonazos.
La platea, muy atenta, sufría ataques de risa al oír las disputas
de esos dos títeres que gesticulaban y se insultaban
con tanta veracidad como si fueran dos seres con uso de razón,
dos personas de este mundo.
De repente, en un abrir y cerrar de ojos, Arlequín paró
de actuar y girándose hacia el público y haciéndole un gesto
con la mano a alguien al fondo de la platea, comenzó a gritar
en tono dramático:
–¿Qué es la vida, una ilusión? ¿Una sombra, una ficción?
¡Ese que está allá es Pinocho!...
–¡Es Pinocho de verdad! –gritó Pulchinela.
–¡Es él en persona! –gritó la señora Rosaura, asomando
la cabeza desde el fondo del escenario.
–¡Es Pinocho, es Pinocho! –gritaron en coro todos los títeres,
saliendo a saltos de los bastidores–. ¡Es Pinocho! ¡Es
nuestro hermano Pinocho! ¡Viva Pinocho!...
–¡Pinocho, ven aquí conmigo! –gritó Arlequín– ¡Ven a
que te abracen tus hermanos de madera!
Tras esta afectuosa invitación, Pinocho dio un brinco y
desde el fondo de la platea llegó a los puestos de honor. Con
otro salto, de los puestos de honor se montó a la cabeza del
director de la orquesta, y de ahí se deslizó al escenario.
No es posible imaginarse los abrazos, los apretujones, los
pellizcos amistosos y los cariños de la verdadera y sincera
hermandad que Pinocho recibió en medio del escándalo de
los actores y las actrices de esa compañía dramático-vegetal.
Era un espectáculo que conmovía, cómo negarlo. Pero el
público de la platea, viendo que la comedia no continuaba,
se impacientó y empezó a gritar:
–¡Queremos comedia, queremos comedia!
Un desperdicio de aliento, porque los títeres, en vez de
continuar la obra, redoblaron los gritos y el ruidajero, levantando
a Pinocho en hombros, se lo llevaron triunfalmente
sobre las candilejas del escenario.
Entonces salió el titiritero, un hombre tan feo que sólo
mirarlo daba miedo. Tenía un barbón negro como una mancha
de tinta y tan largo que le bajaba del mentón hasta el
piso. Con solo decirles que cuando caminaba, se pisaba la
barba con los pies. Su boca era tan ancha como un horno, sus
ojos parecían dos linternas de vidrio rojo, con una luz encendida
detrás, y con las manos restallaba una fusta enorme,
hecha de serpientes y de colas de zorro trenzadas.
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