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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
–¡Escapa si eres capaz!...
–¿Es muy grande este Tiburón-Ballena que nos tragó? –
preguntó el títere.
–Figúrate que su cuerpo mide más de un kilómetro sin
contar la cola.
Mientras conversaban de este modo, a oscuras, a Pinocho
le pareció ver de muy lejos una especie de luz.
–¿Qué podrá ser esa luz que se ve allá lejos? –dijo Pinocho.
–Será algún compañero de desventuras, que espera como
nosotros el momento de ser digerido…
–Quiero ir a verlo. ¿No será que es algún pez viejo que
puede enseñarnos el camino para escapar?
–Pues ojalá que así sea, querido títere.
–Adiós, Atún.
–Adiós, títere, ¡y buena suerte!
–¿Dónde nos volveremos a ver?
–¡Quién sabe!... ¡Es mejor no pensar en esas cosas!
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En el cuerpo del Tiburón-Ballena Pinocho
se encuentra a… ¿a quién se encuentra?
Leyendo este capítulo lo sabrán.
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Apenas se despidió de su amigo Atún, Pinocho se fue tambaleando
por esa oscuridad y, caminando a tropezones por del
cuerpo del Tiburón-Ballena, se acercó poco a poco a esa pálida
claridad que brillaba a lo lejos.
Caminando sintió que metía los pies en un charco de agua
grasienta y resbalosa, y que el agua tenía un olor tan fuerte
a pescado frito, que le pareció estar en Semana Santa. Mientras
más andaba, la luz se hacía más reluciente y visible, hasta
que, después de andar un buen rato, llegó. Y al llegar… ¿qué
se encontró? Les doy mil oportunidades de adivinar. Sentado
ante una mesa pequeña y bien puesta, con una vela prendida
metida en una botella de vidrio verde, estaba un viejito todo
canoso, como si fuera de nieve o de crema de leche, mordisqueando
unos pececitos vivos, pero tan vivos que mientras se
los comía, se le escapaban a veces de la boca.
Al ver eso el pobre Pinocho tuvo una alegría tan grande,
tan inesperada, que por poco se vuelve completamente loco.
Quería reír, quería llorar, quería decir un montón de cosas y
en cambio solo lograba gimotear confusamente y balbucear
palabras truncas y deshilvanadas. Finalmente dio un grito
de alegría y, abriendo los brazos de par en par y tirándose al
cuello del viejito, exclamó:
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