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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
–Ya entendí –dijo al fin riendo esforzadamente y despeinándose
la peluca–. ¡Está claro que la vocecita que dijo ay me
la imaginé yo! Volvamos al trabajo.
Como el miedo se le había metido en el cuerpo, intentó
tararear una cancioncita para darse ánimos. Dejando el hacha
de lado, agarró una garlopa para cepillar y pulir el tronco
de leña, pero mientras lo pulía hacia abajo y hacia arriba,
oyó que la vocecita le dijo riendo:
–¡Para, me estás haciendo cosquillas!
Esta vez el pobre maestro Cereza sintió que lo tumbaba
un rayo. Cuando volvió a abrir los ojos, estaba sentado en el
piso.
Su cara se había transformado e incluso la punta de su
nariz, que solía ser roja, se le había puesto azul del miedo
que sintió.
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El maestro Cereza le regala el tronco de
leña a su amigo Geppetto, que lo usa para
construir un títere maravilloso que sepa
bailar, hacer esgrima y dar saltos mortales.
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En ese momento oyó un golpe en la puerta.
–Siga, siga –dijo el carpintero, sin fuerzas para levantarse
del piso.
Entonces entró en el taller un viejito vivaracho que se llamaba
Geppetto. Sin embargo, cuando los niños del barrio
querían sacarle la piedra le decían Polentica, debido a su peluca
amarilla, que se parecía muchísimo a la polenta, que es
como una arepa italiana de harina de maíz.
Geppetto era extremadamente cascarrabias. ¡Cuidado con
decirle Polentica! Se ponía hecho una furia y no había quién
lo calmara.
–Buenos días, maestro Antonio –dijo Geppetto–. ¿Qué
hace ahí tirado en el piso?
–Les enseño a sumar a las hormigas.
–Ah bueno, suerte con eso.
–¿Qué lo trae por aquí, compadre Geppetto?
–Las piernas. Mire, maestro Antonio, vine a verlo para
pedirle un favor.
–Siempre a la orden –le respondió el carpintero, arrodillándose.
–Esta mañana me llovió una idea a la cabeza.
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