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Las aventuras de Pinocho

Carlo Collodi

Llegando a la plaza, encontraron de inmediato un comprador,

que le preguntó al muchacho del establo:

–¿Cuánto quieres por ese burro cojo?

–Veinte centavos.

–Te doy los veinte centavos. No creas que lo compro para

usarlo, lo compro solo por su piel. Veo que tiene la piel muy

dura, y con ella quiero hacer un tambor para la banda musical

de mi pueblo.

¡A ustedes les dejo imaginarse qué placer pudo haber sentido

el pobre Pinocho al saber que iba convertirse en un tambor!

El hecho es que el comprador, apenas hubo pagado los veinte

centavos, condujo al burrito a la orilla del mar y, colgándole

una piedra del cuello y amarrándole una pata con una cuerda

que tenía en la mano, le dio un empujón y lo tiró al agua.

Pinocho, con esa roca en el cuello, se hundió al acto, y el

comprador, teniendo bien agarrada la cuerda en la mano, se

sentó en un pedrusco esperando con toda la calma a que el

burrito muriera ahogado, para después sacarlo del agua y

quitarle la piel.

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En el mar, los peces se comen a Pinocho

y así vuelve a ser un títere como antes.

Pero mientras nada para salvarse, se lo

devora el terrible Tiburón-Ballena.

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Cuando el burrito llevaba ya cincuenta minutos bajo el agua,

el comprador se dijo a sí mismo en voz alta:

–A esta hora mi pobre burrito cojo debe estar bien ahogado.

Saquémoslo y hagamos con su pellejo un buen tambor.

Y comenzó a jalar la cuerda con la que le había amarrado

la pata. Y jaló, jaló y jaló, hasta que vio aparecer en la superficie

del agua… ¿adivinan qué? No a un burro muerto, sino a

un títere muy vivo, retorciéndose como una anguila.

Viendo a ese títere de madera, el pobre hombre creyó estar

soñando y se quedó atolondrado, con la boca abierta y los

ojos fuera de órbita.

Recuperándose un poco de su primer estupor, dijo llorando

y balbuceando:

–¿Y el burro que tiré al mar, dónde está?

–¡Yo soy el burrito! –respondió el títere, riendo.

–¿Usted?

–Yo.

–¡Ay, sinvergüenza! ¿Es que acaso se está burlando de mí?

–¿Burlarme de usted? Todo lo contrario, querido dueño,

estoy hablándole muy en serio.

–Pero cómo es posible que usted, que hace nada era un

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