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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
Descubrimos que decir mentiras es un feo vicio. Tanto así
que el Hada de los cabellos azules para darle una lección a
Pinocho, en cierta ocasión dejó que le creciera tanto la nariz
por una seguidilla de mentiras, al punto de que el pobre muñeco
fue incapaz de pasar por una puerta. Lloraba y gritaba
con desespero, el Hada se apiadó de él y le ordenó a un millar
de pájaros carpinteros que se comieran lo suficiente de
esa nariz hasta dejarla reducida a su tamaño natural. Descubrimos
otras cosas con ese suceso, más allá del daño que
se hace al mentir.
Descubrimos que la vida no es fácil para Pinocho. Llegamos
a creer que era un perezoso consumado y más desobediente
que Caperucita Roja, pero en verdad para un muñeco
la vida es complicada. Empezando por eso de llevar puesto
un gorro con migas de pan, corriendo el riesgo de que los ratones
se suban a su cabeza para comérselo. Se enterarán de
los peligros que debe enfrentar y sabrán de la cantidad de
sujetos, como la Zorra y el Gato, que abusan y quieren abusar
más de él. Para acabar de ajustar, a veces la suerte no lo
acompaña, como cuando necesita comer y encuentra un huevo,
pero al partirlo, en lugar de salir la clara y la yema, aparece
un pollito dizque muy amable que agradece a Pinocho haberle
ahorrado el esfuerzo de romper la cáscara y sale rápido, y el
pobre muñeco a punto de morir de hambre. Con estos sucesos
finalmente terminamos reconociendo sus esfuerzos.
Descubrimos, eso sí, que cada lector piensa distinto sobre
el final que tiene en este relato el divertido Pinocho, interesante
que así sea, ¿no?
Sin embargo, descubrimos también que hay esperanza.
Cada día, después de hacer su trabajo donde gana un dinero
para comprarle leche a Geppetto, Pinocho se dedica a
aprender a leer y a escribir. Adquiere con unas monedas fruto
del trabajo, un libro grueso al que le falta la portada y el
índice, pero ahí estudia. Y para escribir, como no tiene tinta,
usa un palito que moja en jugo de moras y cerezas.
Supimos que Pinocho son todas esas cosas y muchas más
que ya tendrá usted tiempo de descubrir querido lector. Verbi
gracia, descubrirá que es imposible parar después de empezar
a leer sus aventuras. En un mundo como el nuestro encontrar
una historia que nos haga sonreír es un regalo, pero además
que la comencemos a leer y no paremos, es ¡un regalazo!
Cuando se detengan es porque habrán descubierto que acaban
de leer un libro extenso, ¡que no es cualquier cosa!
Si alguien manifiesta que el paso del tiempo con sus
avances tecnológicos ha apabullado esta apasionante historia,
se equivoca; todo lo contrario, parece que cada día se
agiganta más que el tiburón que se tragó el barco mercante
con el cual se alimentó durante dos años el papá de Pinocho
dentro de su vientre.
Una de las dichas inmensas de mi vida como promotor de
lectura es haber leído este relato, que hoy es una obra maestra,
con unos niños que adoraba y con los adultos que los
amaban a ellos. Lo único que lamento es no habérselas podido
proporcionar al final de cada sesión en esas tardes radiantes
del barrio Florencia cuando me cercaban y al unísono
me la pedían en préstamo, la querían llevar para sus
casas. No podía dejar ir a Pinocho a sus hogares, solo teníamos
un ejemplar, eran otros tiempos. Hoy ustedes pueden
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