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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
del Abecedario y de todos los buenos propósitos que había
hecho, les dijo al Zorro y al Gato:
–Vámonos, me voy con ustedes.
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La Posada del “Camarón Rojo”
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Caminaron, caminaron y caminaron, y por fin, al caer la noche,
llegaron muertos de cansancio a la Posada del Camarón
Rojo.
–Paremos aquí un rato –dijo el Zorro–, aunque sea para
comer un bocado y descansar un poco. A medianoche volvemos
a arrancar para llegar mañana, a la madrugada, al
Campo de los Milagros.
Entraron en la Posada y se sentaron los tres a la mesa,
pero ninguno tenía mucho apetito.
El pobre Gato, sintiéndose muy indispuesto del estómago,
no pudo comerse más que treinta y cinco salmonetes con salsa
de tomate y cuatro porciones de mondongo a la parmesana.
Y como le pareció que el mondongo no estaba lo suficientemente
sazonado, tuvo que pedir tres veces mantequilla y queso
rallado. El Zorro tampoco quería más que picotear alguna
cosa, pero como el médico le había impuesto una estricta dieta,
tuvo que contentarse con una simple liebre dulce con un
ligero acompañamiento de pollitos engordados y gallitos de
primer canto. Después, para cambiar de sabor, pidió un plato
combinado de perdices, palomas, conejos, ranas, lagartijas
y uvas del paraíso, y después no quiso nada más. La comida le
causaba tal rechazo, decía, que no podía ni probar bocado.
El que menos comió fue Pinocho. Pidió una tajada de
nuez y una esquina de pan, y dejó las dos cosas en el plato.
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