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Las aventuras de Pinocho

Carlo Collodi

pero era demasiado tarde: estaba atrapado en una enorme

red, apeñuscado entre peces de todas las formas y tamaños

que cuchicheaban, daban coletazos y se retorcían como almas

desesperadas.

Al mismo tiempo vio salir de la cueva a un pescador tan

feo, pero tan feo, que parecía un monstruo marino. En vez

de pelo tenía en la cabeza un matorral espeso de algas verdes,

y verde era la piel de su cuerpo, verdes los ojos, verde

la larguísima barba, que le llegaba hasta abajo. Parecía un

enorme lagarto parado en las patas de atrás.

Cuando el pescador sacó la red del mar, gritó muy contento:

–¡Bendita providencia! ¡Hoy también voy a poder darme

una buena panzada de pescado!

–¡Menos mal que yo no soy un pescado! –se dijo Pinocho,

recuperando un poco de valor.

La red llena de pescados fue llevada a la cueva, una cueva oscura

y ahumada en medio de la cual hervía una gran sartén llena

de aceite con un olor a chamusquina que cortaba la respiración.

–¡Ahora veamos qué pescados me tocaron! –dijo el pescador

verde y, metiendo en la red una mano tan desproporcionada

que parecía una pala de panadero, sacó una manotada

de salmonetes.

–¡Qué buenos salmonetes! –dijo mirándolos y oliéndolos

complacido. Y después de olerlos los echó en una coca sin

agua.

Repitió varias veces la misma operación y mientras sacaba

pescados sentía que se le iba haciendo agua la boca y regodeándose

decía:

–¡Qué merluzas tan bonitas!....

–¡Exquisito este capitón!...

–¡Qué delicia estos lenguados!...

–¡De chuparse los dedos estas lubinas!...

–¡Qué ternura estas sardinas con cabeza!...

Como podrán imaginarse, las merluzas, los capitones,

los lenguados, las lubinas y las sardinas, terminaron todos

en la misma coca haciéndole compañía a los salmonetes.

El último que quedó en la red fue Pinocho.

Apenas el pescador lo sacó, abrió sus ojos verdes maravillado,

gritando casi de miedo:

–¿Qué raza de pez será esta? ¡No me acuerdo haber comido

nunca este tipo de pescado!

Y volvió a mirarlo atentamente, y después de mirarlo

muy muy bien por cada lado, terminó diciendo:

–Ya entendí, debe ser un cangrejo de mar.

Entonces Pinocho, mortificado de oír que lo confundían

con un cangrejo, dijo con tono airado:

–¡Qué cangrejo ni qué cangrejo! ¡Qué manera de tratar a

las personas! ¡Para su información yo soy un títere!

–¿Un títere? –replicó el pescador–. ¡Nunca me había tocado

un pez-títere! ¡Mejor todavía, me muero por probarte!

–¿Probarme? ¿Pero quiere meterse en la cabeza que no

soy un pescado? ¿O es que no oye que estoy hablando y razonando

como usted?

–Eso es muy cierto –añadió el pescador –, y como veo que

eres un pez que tiene el don de hablar y razonar, entonces yo

también quiero hacerte los debidos honores.

–¿Y qué honores serían esos?...

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