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Las aventuras de Pinocho
Carlo Collodi
Pobre muchacho, con la mente siempre fija en el Campo de
los Milagros, se había pescado una indigestión anticipada
de monedas de oro.
Cuando terminaron de comer, el Zorro le dijo al posadero:
–Deme dos buenos cuartos, uno para el señor Pinocho y
el otro para mí y mi compañero. Antes de retomar el camino
vamos a echarnos un sueñito. Pero recuerde que queremos
despertarnos a medianoche para seguir con nuestro viaje.
–Sí señores –respondió el posadero y le picó el ojo al Zorro
y al Gato, como diciéndoles: “¡Ya entendí!...”.
Apenas Pinocho se metió en la cama se quedó dormido y
empezó a soñar. Y en el sueño le parecía que estaba en medio
de un campo, y este campo estaba lleno de arbolitos llenos
de racimos, y estos racimos estaban cargados de monedas
de oro que, balanceándose al viento, hacían zin, zin, zin, como
si dijeran: “el que nos quiera, que nos agarre”. Pero cuando
Pinocho estiró el brazo para agarrar a manotadas todas esas
hermosas monedas de oro y ponérselas en el bolsillo, se despertó
de repente con unos golpes violentos que sonaron en
la puerta de su cuarto.
Era el posadero, que venía a decirle que ya era medianoche.
–¿Y mis compañeros ya están listos? –le preguntó el títere.
–¡Más que listos, se fueron hace dos horas!
–¿Y por qué estaban tan apurados?
–Porque el Gato recibió un mensaje de que su gatito mayor
estaba enfermo de hinchazón en los pies y su vida corría
peligro.
–¿Y pagaron la cena?
–¿Usted qué cree? Esas son personas demasiado educadas
para ofender de esa manera a su señoría.
–¡Lástima! ¡Me habría gustado bastante esa ofensa! –
dijo Pinocho rascándose la cabeza. Después preguntó:
–¿Y dónde dijeron que me iban a esperar estos buenos
amigos?
–En el Campo de los Milagros, mañana por la mañana, al
despuntar el día.
Pinocho pagó un peso por la cena de él y sus amigos, y se
fue caminando.
En realidad podríamos decir que se fue tropezando, porque
fuera de la posada estaba tan, pero tan oscuro, que no se
veía nada. En el campo alrededor no se oía ni hoja moviéndose.
De vez en cuando, solamente, algún pajarraco nocturno
atravesaba el camino de un arbusto al otro y batía las alas
en la nariz de Pinocho, que del miedo daba un salto hacia
atrás y gritaba: “¿Quién anda ahí?”, y el eco de las colinas circundantes
repetía desde la lejanía: “¿Quién anda ahí? ¿quién
anda ahí? ¿quién anda ahí?”.
En el camino vio en el tronco de un árbol a un pequeño
animalito que relucía con una luz pálida y opaca, como una
mariposa dentro de una lámpara de porcelana.
–¿Quién eres? –le preguntó Pinocho.
–Soy la sombra del Grillo Parlante –respondió el animalito
con una voz muy débil que parecía venir del más allá.
–¿Qué quieres? –dijo el títere.
–Quiero darte un consejo. Devuélvete y llévale las cuatro
monedas que te sobraron a tu pobre padre, que llora desesperado
por no encontrarte.
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