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Olive Senior - PEN International

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PALABRAS ... DONATO NDONGO-BIDYOGO<br />

enlatado. Los suyos se alimentaban ahora como blancos. Y engordaban. Ella misma<br />

satisfacía sus caprichos más allá de lo inimaginable. Viajaba a Europa para hacerse<br />

la manicura y renovar su ajuar … Bueno, y para … abortar. Dos veces. Doloroso<br />

pensar en esos dos crímenes, matar a los hijos de su único amor. Le indujo a injerir<br />

el fármaco con la misma inocencia – quién sabe si con la misma luciferina<br />

seducción- que cuando le convenció de que los dos primeros embarazos eran<br />

el fruto culminante de su brío sin par. Henchido de soberbia, se lo había tragado.<br />

Increíble la estulticia del viejo majadero. Un verdadero botarate. Mas tenía que<br />

reconocer que ambos amaban con especial devoción a aquellos retoños tardíos:<br />

el padre putativo porque confirmaban ante el mundo incrédulo su potencia<br />

inmarcesible; ella, porque los había concebido en verdaderos actos de amor. Nadie<br />

en la vida sería capaz de descubrir la jugada. Sólo ella conocía su secreto. Pero no se<br />

atrevió a multiplicar el engaño: alguien – las otras, los cuñados, él mismo – podría<br />

dudar de dotes tan portentosas, rayanas en lo milagroso. O puede que su Amor,<br />

herido, proclamara la impostura. Imposible confiar en los hombres, decía su madre,<br />

y por eso abortó. Dos veces. Por su seguridad y prosperidad, y el bienestar de su<br />

familia. Luego conoció los anticonceptivos, y cesaron las noches de zozobra …<br />

Y le había convencido, hacía un instante, de que tomara la píldora; no, dos mejor<br />

que una, el efecto será doble, le animó, sonriente, distendidos sus sensuales labios<br />

carnosos, al aire sus dientes regulares, blanquísimos, su piel clarita, tersa y suave,<br />

y sus hermosos pechos turgentes, rellenitos cuan mango en sazón. Y al poco cayó<br />

desplomado sobre ella, con la cosa bien dispuesta, como nunca había sido, algo<br />

grotesco, vaya. Pareció una broma; luego se asustó y perdió el juicio. El terror la<br />

aniquiló. El Dios de la Justicia era testigo de que no fue su intención. Todo había<br />

sucedido por Su designio. Ella era un mero instrumento de la voluntad del Altísimo.<br />

Nunca se le ocurrió que dos pastillitas pudieran matar. Sólo deseaba divertirse un<br />

poco a costa suya, reír sus gracias, alegrarle la tarde, alimentar su petulancia. Pero<br />

estaba hecho: ninguno creería la verdad, que un puro accidente aceleró la Historia;<br />

había logrado consumar el deseo de medio país; podrían pensar en una<br />

determinación alevosa, hacer de ella una arpía, un monstruo sin entrañas al<br />

servicio de la oposición radical o del terrorismo internacional, una enemiga del<br />

régimen que le daba de comer tan opíparamente, quién sabe si … Y en tal caso …<br />

Quizá … Quizá fuera mejor recrearse en los hechos positivos: tenía sirvientes, era<br />

respetada, temida; la distinguían al pasar, los coros cantaban loas en su honor;<br />

había escalado hasta la cima y podía considerarse ‘alguien’ en la sociedad y no la<br />

niña anónima, flacucha, pobre y bella que fue hasta que bailó para él en aquella<br />

gira por su comarca cuatro años atrás. En ese tiempo, había ido aprendiendo a ser<br />

Señora, según la llamaban sus subordinados y todos, para dejar atrás para siempre<br />

a la inocente y agreste campesina que estaba destinada a ser. Todo ese lustre a<br />

cambio de soportar en silencio sus bufidos, sus repugnantes manoseos, su<br />

horripilante piel macilenta, fofa y arrugada, el hastío de sus besos salivosos, su<br />

asque rosa boca desdentada cuando se quitaba los postizos al dormir. Seguridad<br />

y prosperidad. A cambio de guardar sus secretos, de mentir por omisión, de fingir<br />

siempre, de callar siempre, siempre. No recordaba haber sido joven. Nunca disfrutó<br />

de la vida. Nunca fue feliz. Aunque se daría cuenta mucho tiempo después, al<br />

principio deslumbrada por la ensoñación perpetua a causa de la molicie placentera<br />

en que transcurrían sus días, desde el primer momento había envejecido como él,<br />

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