24 PALABRAS ... DONATO NDONGO-BIDYOGO obligada a transitar por esas sendas peligrosas para mantener su honor y no cometer ningún desatino que revolviera el espíritu desalmado del ogro vengativo. Superar siempre las asechanzas. Saber contener sus emociones. Remontar con coraje y vigor cuanta adversidad plagaba su funesta existencia en su jaula dorada. La melancolía como estado permanente, igualito que los animales que viera una vez en un zoológico de Europa, donde los saltos y la bulla de felinos y monos carecían de viveza, de la alegría espontánea de las fieras en libertad. Calculando cada paso, midiendo cada palabra, cada gesto. Tristeza, tristeza infinita reflejada en sus ojos secos, cansados de llorar. El cuerpo anheloso de ternura, no saciado con la fingida entrega mercenaria. Asfixiándose en sus cómodos aposentos, celda insufrible, sin más compañía que los niños, sin asideros, hastiada, el tedio irremediable de las noches y los días. ¿Había merecido la pena? Recordó los consejos de su madre, sé fuerte, hija, y muy paciente, y nunca olvides que el éxito de la mujer radica en la mater nidad y en su capacidad de aguante. Recordó sus caricias amorosas, su complicidad más allá de la comprensión. Hubiera preferido tenerla ahora a su lado, refugiarse en sus cálidos brazos para que la guiara en trance tan azaroso, pero estaba lejos, en el poblado. Se encontraba sola, atrozmente sola. ¿Qué hacer? Aunque … Quizá no estuviese tan sola: él también pensaba en ella, sí, sin sospechar que le necesitaba más que nunca, que anidarse en su pecho le consolaba, podía serenarla. Sólo él representaba el indubitable triunfo de la bondad sobre la maldad, la certidumbre del final de un destino aciago, la honda esperanza en el esplendor venidero. Sólo él, con su abnegación, aportaba cierta ilusión a una existencia tan banal. Sólo él podría sufrir con ella, asumir su dolor, compensar las amarguras. Sólo él, a dos pasos apenas, tras la puerta cerrada, resentido por los celos, resabiado por el despecho, humillado por la impotencia, carcomido por el odio, sufriendo en silencio, siempre aguardando impaciente la salida del sátrapa. Esperando a que le rindiera el letargo de las soporíferas tardes bochornosas y dormitara en cualquier rincón de sus palacios para acudir a su lado. Aprovechando cualquier resquicio en el quehacer cotidiano para regalarse con las sobras del viejo carcamal y poseerla a hurtadillas, fogosa, ardorosa, desesperadamente fundido en ella como si fuese su última oportunidad antes de la consumación de los siglos. Soñaba a veces que él le mataba e iniciaban juntos una nueva vida; no podía ser tan difícil si siempre estaba a un paso tras él, portando su cartera y sus teléfonos móviles o acercándole el trono para que posara sus voluminosas nalgas flácidas. Pero ni se atrevía a pensarlo: la fantasía redo blaba su angustia. Determinados anhelos son más peligrosos, más pecaminosos que la traición carnal, que ese amor funesto, con dolor de muerte, que les situaba en el filo del desastre, esa pasión embravecida por el pavor que laceraba sus sentidos en las ausencias y en cada encuentro. ¿Había merecido la pena? ¿Qué sería de él, de ella, de sus hijitos inocentes, de su familia toda, ahora que acariciaba la posibilidad de sentirse limpia y libre por vez primera? Menos aturdida que cuantos permanecían encerrados en aquella habitación en penumbra, decorada con primor, infranqueable, sellada, Niña Tasia se dispuso a esperar. Ninguno sabía qué, y poco importaba, pero debían hacer de la necesidad virtud. Pensar. Sopesar. Calcular. Relegar al transcurso del tiempo la solución de todos los enigmas. Quizás hubiesen llegado al final de la partida. Quizá ya sonaran a lo lejos las trompetas de Jericó. O quizá no todo estuviese perdido y quedara WiPC 50 Years, 50 Cases
PALABRAS ... DONATO NDONGO-BIDYOGO 25 alguna rendija por donde hallar la salvación. Seres despiadados, brutales, ahora embotados por la bruma de sus almas atormentadas, intuían el ocaso de su era, e imploraban, humildes y fervorosos, a sus espíritus protectores, y a todos los dioses del Universo, la suficiente presencia de ánimo para controlar la situación y salir con bien. No debían precipitarse. Nunca desfa llecer, porque era posible el milagro: Su Excelencia el Mariscal de Campo Don Gumersindo Nze Ebere Ekum, Presidente de la República, Jefe de Estado y del Gobierno, Coman dante en Jefe de los Ejércitos y Presidente-Fundador del Partido para el Bienestar del Pueblo, Invicto Caudillo y Guía Supremo de la Nación, había salido indemne de la prueba final, y en cualquier instante resurgiría de entre los muertos para restaurar el orden secular y la paz y armonía felizmente reinantes en el país. (Trabajo en curso, 2010)