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los ermitaños enmurallados no deben dirigirles la palabra. Los hombres<br />
vieron que un poco de fuego se elevaba sobre el muro que rodeaba la<br />
"cámara" del recluso, comprendieron que estaba vivo y partieron en silencio.<br />
Pasaron los años. . . quince, veinte años. Dadul vivía siempre, sin<br />
experimentar ningún sufrimiento a causa de su enfermedad. Casi lo habían<br />
olvidado en su aldea natal, con excepción del pariente a quien había<br />
confiado su fortuna y que, escrupulosamente, le enviaba abundantes<br />
provisiones y buenas ropas. Su mujer había vuelto a casarse. El hijo, casado<br />
también, no conservaba ningún recuerdo del padre, que lo había<br />
abandonado siendo niño. Sabía únicamente que su padre vivía siempre, en<br />
la sombra de la ermita. Fantasma repulsivo sin duda, con la carne cayendo a<br />
pedazos, comido por aquel mal aterrador.<br />
Muchas veces el hijo había ido con un criado a llevarle víveres. Nunca lo<br />
había visto, nunca había intentado darse a conocer ni hablarle. . . No era la<br />
costumbre. Unas débiles volutas de humo que salían de lo alto del muro<br />
interior y escapaban al aire le habían indicado que el recluso vivía.<br />
Vivía y, sumergido en sus meditaciones, como los suyos en las<br />
preocupaciones materiales, los había olvidado, como ellos lo habían<br />
olvidado.<br />
Jigsdjied se hacía continuamente presente. Primero lo había evocado ante la<br />
imagen pintada en la tela y con las palabras rituales aprendidas durante su<br />
"iniciación". Después se le había aparecido el Gran Terrible en persona y le<br />
había hablado largamente. Más adelante se había desvanecido la visión de<br />
su forma, y Dadul había entrevisto, en lugar de la deidad simbólica, las cosas<br />
que esta personificaba: el deseo,. la sed de sensaciones, la acción, la<br />
inevitable destrucción consiguiente y el deseo que sobrevive a la ruina de la<br />
propia obra y que se reanima después que esta cae convertida en polvo,<br />
haciendo surgir nuevas formas, condenadas a su vez a la muerte…<br />
Jigsdjied y la fantástica esposa que lo abrazaba no era ya una pareja de<br />
amantes aterradores, sino el mundo de las formas y de las ideas estrujando<br />
el Vacío, y agotándose para concebir con dolor, vanos espejismos que el<br />
Vacío tragaría sin tregua.<br />
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