31. Folclore y tradición - Instituto de Estudios Altoaragoneses
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EnriquE CapElla. FolClorE y tradiCión<br />
116<br />
callejón güegante a las Herrerías, hoy calle <strong>de</strong> San Orencio y por<br />
nombre más mo<strong>de</strong>rno le dicen «El Tubo», an<strong>de</strong> hoy día zagales con<br />
cerruda pelambrera y chicas <strong>de</strong> «mini» con pantalones vaqueros<br />
echan fumo hasta por las orejas. Esto m’hace pensar en que la risa va<br />
por barrios, y que <strong>de</strong>l cobalto <strong>de</strong> Huesca, u séase la calle <strong>de</strong> Pedro IV,<br />
las costumbres poquer a poquer han ido <strong>de</strong>scendiendo y todo el fumo<br />
<strong>de</strong> los cigarros más los vermús con ginebra s’han ido <strong>de</strong> las alturas<br />
hasta bajar al llano sin corrimiento <strong>de</strong> tierras, sino más bien <strong>de</strong><br />
malas costumbres.<br />
Don Serapio, nuestro maestro, era un hombre tan secardino que<br />
podía ar<strong>de</strong>r en un candil. Llevaba gorro rematau en una borla y con<br />
más sebo que los ejes <strong>de</strong> cualisquier vulquete. Sus uñas largas, cuando<br />
no <strong>de</strong> medio luto eran <strong>de</strong> luto entero por los cercillos. Los pantalones<br />
<strong>de</strong> pana, con abultadas rodilleras, y un treangulo apiazau l’ardornaba<br />
la culera. S’asentaba en una especie <strong>de</strong> trono con un pupitre viejo,<br />
y así, <strong>de</strong>n<strong>de</strong> lo alto, podía vegilar todas las travesuras que los zagales,<br />
en razón <strong>de</strong> nuestra edá, solíamos cometer. ¡Cuántas cergallanas<br />
escodadas corrían a veces por el entarimau <strong>de</strong> la escuela! ¡Y cuántas<br />
moscas tamién, con una pajeta en la culera, hacían nuestras <strong>de</strong>licias<br />
con sus ricortados vuelos hasta dar <strong>de</strong> cocota contra los cristales <strong>de</strong> la<br />
ventana!...<br />
Don Serapio, una miajeta reparau <strong>de</strong> la vista, pus llevaba unos<br />
lentes recios como culo <strong>de</strong> vaso, no se daba cuenta <strong>de</strong> nuestras malda<strong>de</strong>s<br />
más que por los risos y mermullos. Por lo cual a veces pegaba<br />
un brinco <strong>de</strong>n<strong>de</strong> el pupitre hasta el suelo, y disgraciau <strong>de</strong> aquel que<br />
caera entre sus zarpas; pus tuvía una palmeta <strong>de</strong> carrasca bien untada<br />
con ajo, y hiciéndote poner las manos en forma <strong>de</strong> papeleta, golpe<br />
por golpe vías la Luna, el planeta Marte y todas las <strong>de</strong>más estrelas <strong>de</strong>l<br />
firmamento, sin necesidá <strong>de</strong> eso que hoy llaman naves espaciales y<br />
que no son más que rompe-tozuelos.<br />
Como la letra con sangre <strong>de</strong>ntra, a juerza <strong>de</strong> palmetazos, estirones<br />
<strong>de</strong> orejas –por eso las tengo tan gran<strong>de</strong>s– y esbotadas las narices más<br />
<strong>de</strong> una vez, conseguí apren<strong>de</strong>r a leer, escritura y tasamente las tres<br />
reglas, pus la <strong>de</strong>visión me s’astascó; solo salía al cabal cuando en casa,<br />
armau <strong>de</strong> cochillo, partía bella tajada <strong>de</strong>l pan pa la brienda, precurando<br />
apercazar el cacho más gran<strong>de</strong>.<br />
Como dicía <strong>de</strong>nantes, fui a la escuela hasta los nueve años, en que<br />
tuve la disgracia <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r a mi madre. Murió cuasi repentinamente