Número 55 - Año XXIV - aespat
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64 José Antonio San Martín Pérez<br />
un terrón de azúcar después de una actuación<br />
positiva, el niño es educado, o se adapta,<br />
para que actúe de acuerdo con unos patrones<br />
y normas de conducta. Cuando lo<br />
hace, recibe como premio el cariño que necesita<br />
por encima de todo, pues sin él la vida<br />
se le haría radicalmente insoportable. Si se<br />
adapta a la realidad y se somete a las frustraciones<br />
y límites que se le imponen, es<br />
porque detrás de la privación inmediata hay<br />
algo que anhela con mayor ilusión: el no<br />
sentirse extraño, huérfano y solitario en su<br />
propia casa, el poder experimentar la alegría<br />
benéfica de la aceptación y la ternura de los<br />
suyos. Los valores, es decir, un determinado<br />
estilo de comportamiento, nacen, en un primer<br />
momento, por una imposición externa<br />
cuya aceptación se explica por el egoísmo<br />
interesado. Así el niño establece una primera<br />
diferencia entre lo bueno y lo malo. Lo<br />
que garantiza el amor y agrada a los padres<br />
es lícito y aceptable, mientras que hay que<br />
rechazar lo contrario por su maldad. Adaptarse<br />
a unas normas de conducta, a una forma<br />
concreta de pensar, a determinadas costumbres<br />
sociales, es el precio exigido para<br />
no quedar marginados. El niño necesita, entonces,<br />
este modelo de educación heterónoma<br />
o de caricias condicionales. El Pequeño<br />
Profesor (el Adulto del Niño), ayuda al Niño<br />
Natural a aceptar las orientaciones de los<br />
padres, porque actuar con este criterio es<br />
mejor que lo contrario. El Pequeño Profesor<br />
va asimilando progresivamente estas orientaciones<br />
y haciéndolas suyas. El estado<br />
Niño Natural se tiene que ir moldeando gradualmente<br />
y aceptando las indicaciones de<br />
sus figuras parentales y “someterse” a todo<br />
aquello que le van indicando sus educadores.<br />
Todo este conjunto de presiones, normas,<br />
imperativos, prohibiciones, pautas de<br />
conducta y costumbres acetadas, experimentan<br />
un proceso constante de interiorización<br />
a través del Pequeño Profesor que les<br />
va haciendo suyas en el Padre del Niño.<br />
Éste, llamado también “Padre Cerdo”, actúa<br />
despótica y autoritariamente según las normas<br />
que han sido grabadas en él. Todos estos<br />
mandatos ejercen su influencia en el<br />
Nº <strong>55</strong> <strong>Año</strong> 2006<br />
niño, aun en ausencia de las figuras parentales.<br />
Hará lo que le mandaban, no ya para<br />
someterse a la voz autoritaria de los padres,<br />
sino por ser fiel al “Padre Cerdo” (Padre del<br />
Niño), que nos impone un modo de actuar<br />
por imperativo categórico. Obedecer ahora<br />
es la única forma de obtener el premio y la<br />
aprobación del Padre del Niño. Sin embargo,<br />
el significado de tal comportamiento sigue<br />
siendo infantil e irracional. Hay que comportarse<br />
así por el simple hecho de que está<br />
mandado, pues, de lo contrario, se produce<br />
el malestar. Claramente, tiene vigencia un<br />
modelo de educación heterónoma.<br />
En el campo de las creencias religiosas,<br />
es propio del Estado del Yo Niño la imaginación,<br />
el pensamiento mágico, el misterio,<br />
la creatividad, con los que el niño transforma<br />
la realidad que percibe. Para los creyentes,<br />
Dios es el objeto supremo de la felicidad.<br />
En Él se encuentra la plenitud de la<br />
realización personal, ayuda para las limitaciones<br />
humanas, refugio de la angustia ante<br />
la gran aventura de la vida. El Estado del<br />
Yo Niño vive esta experiencia de Dios desde<br />
una clave emotiva, pre-lógica, mágica,<br />
de miedo, de culpabilidad. El modelo de desarrollomoral<br />
del tabú y del mito coinciden<br />
con el planteamiento del Niño. Para los creyentes,<br />
Dios es el mayor bien. En esta contextura<br />
psicológica es muy fácil que la conducta<br />
del niño, su docilidad a los preceptos<br />
de los padres, incluso a los religiosos, esté<br />
fundamentalmente motivada por el miedo a<br />
perder su protección y seguridad. El Niño<br />
Adaptado acaba pensando que, si quiere<br />
obtener la felicidad aquí y, también, la eterna,<br />
no hay otro camino que la obediencia a<br />
los padres y a la ley que éstos imponen.<br />
Una sumisión sin saber por qué ni estar<br />
convencido de lo que está mandado. El único<br />
motivo sigue siendo el propio interés: la<br />
conquista de algo que necesito más que<br />
ninguna otra cosa. Éste es el proceder normal<br />
de la psicología humana. La relación<br />
con Dios y con los padres se inicia siempre<br />
desde un clima de marcado egoísmo, que el<br />
cristiano tendrá que purificar con el tiempo<br />
(Azpitarte, 1990, pp. 95-100).