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Memorias de un Alférez Provisional - Zona Nacional

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III. LA "BATALLA DE LOS CARACOLES"<br />

Dos días <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso en Zaragoza nos vinieron muy bien. Cada cual procuró a<strong>de</strong>centarse con sus mejores<br />

galas para presumir <strong>un</strong> poquillo en el paseo <strong>de</strong> la<br />

In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia.<br />

Juanito Villarreal estrenó <strong>un</strong>a soberbia teresiana; con tantos dorados que, casi casi, lo multaron, por<br />

acaparar oro en momentos tan difíciles para la Patria.<br />

El capitán Rivera, al que Mayoral le cantaba<br />

"¿Qué es aquello que yo veo<br />

encima <strong>de</strong> aquellos montes?<br />

La cabeza <strong>de</strong> Rivera<br />

que oculta los horizontes".<br />

estrenó <strong>un</strong>as botas magnificas, siempre brillantes por obra y gracia <strong>de</strong> “Boquichi”, su popular asistente y ex<br />

limpiabotas.<br />

Llenábamos todos los establecimientos céntricos y presumíamos lo in<strong>de</strong>cible; yo al menos. Era muy<br />

agradable encontrarnos a esa señora “que nos vio nacer” y oírle<br />

—"Sois <strong>un</strong>as fieras".<br />

O al viejo amigo <strong>de</strong> la familia, que preg<strong>un</strong>taba <strong>de</strong>talles sobre <strong>un</strong> asalto al arma blanca y quería saber "si<br />

gritan los rojos al pincharles".<br />

El comandante (noventa por ciento <strong>de</strong> aquel éxito) nos saludaba, cada vez que nos cruzaba, con paternal<br />

cariño. Y los legionarios, al encontrarnos en los bares,<br />

nos <strong>de</strong>cían en voz muy alta, para que todos lo oyesen:<br />

—"¿Se acuerda, mi alférez, cuando tiró usted aquella bomba y por poco me da?".<br />

Pongo por hazaña que habíamos compartido y querían hacer pública.<br />

Pero dos días se acallan pronto, y el 16 nos fuimos otra vez a Santa Quiteria. Teníamos que guarnecer<br />

aquello esperando el contraataque.<br />

Cuatro días pasamos sin noveda<strong>de</strong>s dignas <strong>de</strong> mención. Me correspondió <strong>un</strong> pequeño sector, <strong>de</strong>l cual era<br />

jefe; me instalé en <strong>un</strong>a casetilla y en amable compañía con Pascual (el magnífico sargento) me entretenía<br />

oyéndole historietas <strong>de</strong> sus quince años <strong>de</strong> Legión. También es cierto que sufrí <strong>un</strong> poco con las úlceras mal<br />

cerradas <strong>de</strong> mi pierna <strong>de</strong>recha.<br />

Y es absolutamente cierto que en aquellos días enterramos más <strong>de</strong> seiscientos cadáveres <strong>de</strong> rojos, y que<br />

<strong>de</strong>jamos por imposibles muchos más, que se veían en<br />

los barrancos que van a Tardienta; y que por la noche venían los rojos a recoger el armamento tirado.<br />

Como es cierto que <strong>un</strong>a madrugada el capitán Rivera, a tiros<br />

<strong>de</strong> fusil —cazador siempre— "se cargó" a <strong>un</strong> rojillo, que pagó así su valentía.<br />

* * *<br />

Volví <strong>de</strong> Santa Quiteria, bastante fastidiado con mi pierna. Tanto que, al fin <strong>de</strong> la caminata, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ermita<br />

a la estación, no pu<strong>de</strong> más y tuve que subirme a <strong>un</strong> mulo.<br />

Al llegar a mi casa me acosté; y acostado estaba cuando, al anochecer, llegó Demetrio con su eterna<br />

sonrisa y me dio la noticia<br />

—"Está formando la Ban<strong>de</strong>ra para salir".

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