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ningún sitio.<br />
marroquí!<br />
Hans se gira y penetra en la trastienda.<br />
—¿De dónde viene usted? —preg<strong>un</strong>ta la mujer.<br />
—De Marruecos, señora —responde Raschid.<br />
—Hay <strong>que</strong> joderse —maldice Hans retornando al mostrador—, no encuentro mi pipa por<br />
—No blasfemes y no fumes —dice la mujer, y, jalándole de la manga, le susurra—. ¡Es <strong>un</strong><br />
—Sí, señor Maas —afirma <strong>un</strong> atento Raschid—, soy de Mekhnes.<br />
—Qué interesante. Pero óigame, señor Bisagra...<br />
—Bisara, Bisara. Raschid Al-Bisara.<br />
—Ciertamente, señor Al-Bisara. ¿No habrá usted visto mi pipa por aquí?<br />
Con sonrisa divertida, Raschid mira a la mujer. Ella emite otro gemido de desesperación y<br />
saca la pipa de <strong>un</strong> cajoncito.<br />
—Por favor, fuma sólo <strong>un</strong>a pipa y nada más.<br />
—Ya, ya. Escuche, señor Pizarra, ¿por qué no se sienta en este taburete? A mí me gusta mi<br />
tienda, sabe... Me gusta sentarme a veces aquí, en medio de todo esto. Es como <strong>un</strong> bazar, ¿no le<br />
parece? Así <strong>que</strong> usted es de Mekhnes.<br />
—Nací en Mekhnes, a<strong>un</strong><strong>que</strong> luego he vivido muchos años en Fez.<br />
—¡Qué casualidad! Ahí estudia <strong>un</strong> sobrino mío. El hijo de mi hermano mayor, éste de la foto.<br />
Nosotros no tenemos hijos... Es <strong>un</strong> chico listo y serio. Estudia Textos Sagrados. Dice <strong>que</strong> el placer<br />
espiritual del perdón es superior al de la venganza. Oh, pero... tómese <strong>un</strong> té, por favor.<br />
Hans empuja <strong>un</strong> termo de cerámica con el escudo de la Batavia.<br />
—¿Su sobrino estudia en la Universidad de Fez? —preg<strong>un</strong>ta Raschid, contento— Hombre,<br />
allí estudié yo también.<br />
—No me diga. ¡Qué coincidencia!<br />
Hans enciende feliz su pipa. La mujer asiste a la conversación con ojos de garza incrédula.<br />
Tras <strong>un</strong> par de frases más, sale del mostrador y se planta entre los dos como <strong>un</strong>a estaca.<br />
—Quiero <strong>que</strong> se vaya —escupe despacio.<br />
—Marieke, estás muy nerviosa —dice Hans, con la dulzura apagada de la costumbre—, toma<br />
<strong>un</strong>a pastilla y vete a descansar.<br />
—¡Fuera! —repite ella.<br />
—No quiero causar problemas...<br />
—Claro —sostiene Hans con lisa calma—. Usted no es ningún problema, ella se calmará, y<br />
ésta es mi casa. No se preocupe.<br />
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