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Lo que vale un peine

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Marisco gratis<br />

Durante la primavera, el ámbito fermentable del cementerio de San Martín del Despojo se<br />

poblaba de insectos, y por la mañana todos andaban rascándose brazos y pantorrillas.<br />

—Un año más —repetía cansino don Ambrosio el huevo frito—. Hay <strong>que</strong> ver, <strong>un</strong> año más.<br />

Qué barbaridad.<br />

Estaba sentado en <strong>un</strong>a tumbona playera de franjas verdes y amarillas, con <strong>un</strong> cojín estampado<br />

de flores. Don Ambrosio era <strong>un</strong> buen hombre, narigudo, regordete y entrado en los cincuenta años.<br />

Sorbía <strong>un</strong> quinto de cerveza Estrella del Sur escuchando el transistor, <strong>que</strong> siempre hacía sintonizar<br />

con Juan Carlos Viaga y su programa Ecos de nuestras raíces en Radio Marbella. Se sacó <strong>un</strong>a taja de<br />

mojama seca del bolsillo y la mordis<strong>que</strong>ó. Recordó su llegada al pueblo, las cajonetas y el mercado y<br />

los camiones hasta <strong>que</strong> se topó con la barba de perejil de don Enri<strong>que</strong> Tomate, maestro y militante de<br />

las Plataformas de Lucha Libre Obrera <strong>que</strong> le ayudó a conseguir la plaza de sepulturero m<strong>un</strong>icipal.<br />

Cómo había cambiado todo.<br />

Mientras se palpaba la tripa pudo ver <strong>que</strong>, simultáneamente, Siseb<strong>un</strong>do ascendía por la vereda<br />

de la hoyanca y el Mayuyo surgía por detrás de los contenedores. Al amanecer se había fijado en<br />

cómo el Mayuyo hacía sus cien flexiones en el suelo antes de desay<strong>un</strong>ar y había contemplado sus<br />

piernas fuertes llenas de picotazos. También había oído a Siseb<strong>un</strong>do recitar monólogos en extranjero,<br />

frente al espejo. El Mayuyo era alto pero algo lento de ideas; Siseb<strong>un</strong>do era delgado y despierto,<br />

a<strong>un</strong><strong>que</strong> había heredado la nariz paterna. Una extraña alegría le in<strong>un</strong>dó el corazón al sepulturero<br />

viendo a sus hijos, dos varones adolescentes.<br />

—A ver, sentaos ustedes dos —les conminó—, <strong>que</strong> ahora <strong>que</strong> lo pienso n<strong>un</strong>ca nos ponemos a<br />

charlar los machos de esta casa.<br />

—Mucha verdad —opinó el Mayuyo, colgándose de la barra horizontal <strong>que</strong> cruzaba el vano<br />

de la puerta, ejercitando bíceps mientras hablaba—, aquí sólo nos peleamos.<br />

—Ostia —picó Siseb<strong>un</strong>do—, el mono Amedio éste sabe hablar y todo.<br />

—Bueno, bueno —interrumpió el padre—, vamos a hablar <strong>un</strong>a mijita. Sentarse.<br />

—Yes —aceptó Siseb<strong>un</strong>do—, yes, ya era hora.<br />

A<strong>que</strong>lla era <strong>un</strong>a tarde extraña. Se iba poniendo el sol, y se les estaba contagiando algo<br />

melancólico del oro brillante del mar.<br />

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