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sifón...<br />
—Será de perdón, papa —dijo el Mayuyo.<br />
—Pues bueno. Eso —aceptó el padre—. Se lo vamos a quitar y ese va a ser <strong>un</strong> pedazo de<br />
regalo de cumpleaños para la mama.<br />
<strong>Lo</strong>s dos hijos se miraron sorprendidos.<br />
—Pero papa —terció Siseb<strong>un</strong>do—, <strong>que</strong> el Pentecostés es <strong>un</strong>a mala bestia. Y a la mama le<br />
sienta mal el marisco, tú sabes <strong>que</strong> no lo puede comer... Y además <strong>que</strong> a ella no le gusta. Que no es<br />
buena idea, viejo. Me think no good, pero for nothing, vamos.<br />
mí.<br />
—Un día es <strong>un</strong> día, carajo —exclamó el padre—.Y de Pentecostés me ocupo yo. Dejármelo a<br />
—Di <strong>que</strong> sí, papa —opinó el Mayuyo—. Y yo le tengo <strong>un</strong>as ganas a su hijo el Geriberto <strong>que</strong><br />
no me puedo aguantar... ¿Pues no se está paseando por ahí con la Auxiliadora? Ella era mi novia<br />
antes y ahora me lo está restregando por la cara el muy gitano, <strong>que</strong> encima su madre ni está casada<br />
con el moraco ése, con lo feo <strong>que</strong> es, y le trae al fresco todo lo <strong>que</strong> haga la niña, como se nota <strong>que</strong>...<br />
¿<strong>Lo</strong> ves? Si yo tuviera <strong>un</strong>a pistola... Si yo tuviera <strong>un</strong>a pistola...<br />
—Está decidido —zanjó el padre. Rodeó sus cinturas, empujándoles, y formando la figura de<br />
gordo, delgado y forzudo más cómica de todo San Martín.<br />
—Vamos para allá, hijos míos —dijo; y, con <strong>un</strong>a sonrisa en sus labios demasiado gruesos,<br />
añadió:— Por fin vamos a hacer <strong>un</strong>a cosa los tres j<strong>un</strong>tos.<br />
—Sí, no veas —dijo Siseb<strong>un</strong>do—. Parecemos el bueno, el feo y el malo.<br />
Ya la noche descendía desde lo alto del cielo, como <strong>un</strong> tiento de calma oscura; como <strong>un</strong>a<br />
descom<strong>un</strong>al mano pacífica y negra. <strong>Lo</strong>s silbidos de las ollas a presión y el olor de los delicados<br />
potajes de garbanzos con acelgas se remontaban hasta las fosas nasales como <strong>un</strong>a fiesta postrera de la<br />
tierra. Una tierra pateada ahora por las sandalias de los tres machos Cebolla <strong>que</strong> cruzaban el barrio de<br />
Santa Algarabía Micaela hacia los pisos nuevos, entre andamios, estrellas fugaces y ab<strong>un</strong>dantes gatos<br />
con manchas pardas sobre los ojos.<br />
Finalmente entraron en <strong>un</strong> edificio malparido, con el hormigón al aire, como si fuera <strong>un</strong><br />
gigante gris despellejado por orden del Ay<strong>un</strong>tamiento. En la seg<strong>un</strong>da planta, diez personas jugaban al<br />
bingo alrededor de <strong>un</strong>a mesa de cocina.<br />
—A las buenas de Dios —saludó el sepulturero.<br />
—A la paz de Dios —exclamó Siseb<strong>un</strong>do.<br />
—Dios bendiga esta santa casa —dijo el Mayuyo.<br />
—Que Dios nos coja confesados —se alarmó Encarna, la esposa de Pentecostés, abrazando al<br />
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