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—Pues claro <strong>que</strong> no. Sal del baño.<br />
Me <strong>que</strong>dé solo, y, al desnudarme, observé mi cuerpo en el espejo. Yo también tuve veintiséis<br />
años, como Coral, dije para mis adentros. De la alcachofa de la ducha se destilaba <strong>un</strong> delgado hilo<br />
líquido, ya estamos otra vez. Siempre hay problemas con el agua caliente, carajo de país, exclamé<br />
curva y gufno varias veces. Al salir olía a salchichas ahumadas y sonaba <strong>un</strong>a cassette de Mecano.<br />
—Por el Rey de España y por la Pomerania de Danzig —clamaba Coral entre las salchichas,<br />
la mantequilla y la botella con vodka de hierbas de toro—, desay<strong>un</strong>o polaco. Bebe, <strong>que</strong> es sangre de<br />
Dios y de Chopin y de Jaruzelski. ¡Nazdrovia!<br />
—Debes controlarte —le aconsejé—. Estás demasiado contenta.<br />
—Ya te lo he dicho —exclamó. Coral tragaba con dificultad. Jadeaba como mi perro el<br />
Tozmi, por el fuego del licor—. Está aquí, está aquí. ¡Ha venido! Toma <strong>un</strong> kieliszek.<br />
siete?<br />
—No —repliqué, chas<strong>que</strong>ando la lengua—. <strong>Lo</strong>s viejos bebemos más tarde.<br />
—Jopé —exclamó Coral—, pero si todavía... ¿Cuántos tienes, exactamente? ¿Cincuenta y<br />
—Cincuenta y seis, muchas gracias.<br />
—Disculpe Su Majestad...<br />
—Bueno, ¿quién diantres es el <strong>que</strong> ha venido?<br />
—Gaspar —confesó Coral, mirando al suelo, y se ensombreció. El Tozmi ladraba.<br />
Sí, ya sé quién es Gaspar. Me lo ha enseñado en innumerables fotografías. Gaspar en la playa,<br />
Gaspar en Berlín, Gaspar tocando la guitarra, Gaspar abrazándola en el Par<strong>que</strong> del Retiro, Gaspar en<br />
albornoz, Gaspar ante el ordenador, Gaspar el mejor periodista joven de El País. Igual <strong>que</strong> <strong>un</strong> Tintín<br />
o <strong>un</strong> Capitán Trueno o las aventuras de Astérix: tiene la colección completa, la muy jodida. Debe de<br />
ser <strong>un</strong> tipo decidido, este Gaspar. Hace siete años la dejó embarazada, nada más abortar se despidió<br />
de ella y viajó a cubrir reportajes primero en Haití, luego en Tailandia. N<strong>un</strong>ca volvieron a verse. Aún<br />
hoy día Coral lleva su foto carnet en el bolso, muy bien escondida. A él se le escapan resolución,<br />
aplomo y autoestima por las orejas, es alto, moreno y guapo. Coral es rubia de bote y bajita. No tiene<br />
pechos. Le sale demasiado vello en las patillas, en el bigote y en los brazos. Para <strong>un</strong>a pija de éstas,<br />
debe de ser peor <strong>que</strong> la muerte. No es muy atractiva. Pobrecilla.<br />
—Es <strong>un</strong> rollo de las relaciones de la OTAN con el antiguo Pacto de Varsovia —explica<br />
Coral—, ha venido a cubrirlo para el periódico.<br />
—Y ¿te ha llamado Gaspar para avisarte? Qué raro —dije, y me serví café, de ése <strong>que</strong> me<br />
envían desde España—. Me preg<strong>un</strong>to cómo te habrá localizado.<br />
Coral desvió la mirada al kiesliszek de vodka, algo avergonzada. Tenía al Tozmi en el regazo,<br />
sacando la lengua.<br />
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