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Lo que vale un peine

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a clase y me raparon la olla, tenía <strong>un</strong>a pinta de paparote <strong>que</strong> echaba para atrás, todo hay <strong>que</strong> decirlo.<br />

Ay, la calle Fuencarral, el número 103, y el reparto semanal de comidas mediante cartillas<br />

familiares para Chamberí y Moncloa, y la cola <strong>que</strong> llegaba hasta Alonso Martínez... <strong>Lo</strong>s atardeceres<br />

estaban llenos de moscas, y seguían circulando camiones atestados de cadáveres con las manos y los<br />

pies, azules y huesudos, colgando por fuera. Mientras mamá guardaba cola, yo leía los an<strong>un</strong>cios<br />

pegados al kiosko de la plaza de Bilbao. El público ahora era muy militar, pero teatros y cines<br />

seguían ofreciendo las mismas obras <strong>que</strong> meses antes con la República. Mismos actores, mismo<br />

horario. El novillero Félix Almagro, debuta José Alcántara. <strong>Lo</strong>lita Granados y la Or<strong>que</strong>sta Atracción<br />

Bolero en el Chueca, tres pesetas precio único. Harold Lloyd y Adolfo Menjou. En el Variedades<br />

contaban chistes del tipo de: “Señora, lo <strong>que</strong> tiene usted en ese ojo es <strong>un</strong>a catarata.” “No me extraña,<br />

he pasado <strong>un</strong>a larga temporada j<strong>un</strong>to al Niágara.” En los diarios, Serrano Súñer visita a Mussolini y<br />

la Legión Cóndor <strong>que</strong> liberó Guernica es recibida en Alemania entre grandes desfiles. Luego yo<br />

acompañaba a mi madre, de vuelta a nuestra casa en Hilarión Eslava número quince, y teníamos <strong>que</strong><br />

pasar por delante de la barbería de papá. El cartel colgado en la puerta cerrada era <strong>un</strong> verdadero<br />

escupitajo en el alma: “Cerrado por def<strong>un</strong>ción.” Me sentía triste, como <strong>un</strong> largo, largo río sin agua.<br />

Alguien había traicionado a mi padre y nos le habían matado. ¿Quién habría sido? Mi padre<br />

había sido pelu<strong>que</strong>ro, y <strong>un</strong> pelín chuleta, muy del Foro, muy Madriles. Pasaba los cuarenta años,<br />

tenía la frente muy ancha, los ojos verdes, el mentón bien dibujado, y daba gusto verle sonreír. Mi<br />

madre sin embargo, cuando él no estaba presente, decía <strong>que</strong> era <strong>un</strong> toliri y <strong>un</strong> enterao. Desde el<br />

balcón, mi madre y yo solíamos ver a mi padre pasear del brazo de la tía Rosa, y mamá comentaba:<br />

“Ya viene tu tía Rosa; no es <strong>un</strong>a moto pero trae sidecar.” La tía Rosa era muy buena conmigo: me<br />

compró <strong>un</strong>a bayonesa el día <strong>que</strong> por fin cobró su primer sueldo de maestra en moneda nacional.. En<br />

la Travesía del Arenal les pagaban a los maestros nacionales el día tres. A las maestras el día cuatro.<br />

Condición precisa era presentar certificados de la vac<strong>un</strong>a antitífica y antivariólica. La vac<strong>un</strong>a era<br />

gratis si se llevaba el carnet de Falange.<br />

¿Quién habría matado a mi padre? Una tarde, jugando entre las bombas sin explotar <strong>que</strong><br />

habían caído cerca de la Estación del Norte, me contó Indalecio, el hijo del limpia, <strong>que</strong> a papá<br />

alguien le había vendido. Al día siguiente la tía Rosa me enseñó <strong>un</strong>a foto del ABC (era la única en<br />

casa <strong>que</strong> leía los papeles). En la foto salíamos el Indalecio y yo, rapados y harapientos, saltando entre<br />

los yerros, los escombros y los despojos, y debajo venía escrito: Ante <strong>un</strong>a época de destrucción y<br />

muerte, estos niños están aprendiendo a ser optimistas constructores de <strong>un</strong>a primavera de paz y de<br />

amor. La tía Rosa sonrió, mostrando <strong>un</strong>os dientes preciosos, y rasgando la hoja me dijo:<br />

—Anda, majo, guarda la foto. Que como tu madre vea <strong>que</strong> estabas haciendo pellas te va a<br />

zurrar la badana.<br />

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