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Lo que vale un peine

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de puta.<br />

—Así <strong>que</strong> usted también es profesor —comenta Gaspar, vertiéndose <strong>un</strong>a copa de Beaujolais<br />

ante la envidia indisimulada de otros clientes. Francamente, le veo muchísimo más guapo <strong>que</strong> en las<br />

fotos. Coral parece abatida.<br />

amargados?<br />

—Oiga, Francisco —insiste Gaspar—, ¿es verdad <strong>que</strong> todos los profesores son <strong>un</strong>os<br />

—Gaspar, por favor —reconviene su novia, Gladysín, chica desplegable de cualquier revista<br />

de moda, amueblada para la ocasión.<br />

—No te falta razón —admito—. Pero en este país aún conservan cierta aceptación social.<br />

Creo <strong>que</strong> en España eso ya se ha perdido.<br />

—Aquí en el Tercer M<strong>un</strong>do —expone Gaspar— se conservan muchas cosas. Tártaros, la<br />

Galitzia, Walesa, el esfínter libre de Danzig, cuajadas agrias y calzoncillos bombachos...<br />

—Bueno —digo yo—, su literatura no es tan deleznable.<br />

—No me haga reír, yayo —ruega Gaspar—. Rudnicki era <strong>un</strong> lameculos kafkiano del agujero<br />

quin<strong>que</strong>nal, y Milosz atrincó el Nóbel y se largó a Nueva York. Y todavía no ha vuelto.<br />

Kruczkowsky, el hijo del zapatero, no era del todo mediocre. Una pena <strong>que</strong> el pobre se zambullera en<br />

las piscinas de la Seg<strong>un</strong>da Internacional. Al menos ahora estaría cosiendo medias suelas a las<br />

zapatillas de las bailarinas del Madison Square Garden y su padre estaría orgulloso de él.<br />

nacional.<br />

—Tal vez —afirmo—. Pero entonces no habría sido <strong>un</strong> adalid de la democracia ni <strong>un</strong> héroe<br />

—¡Cielos! —grita Gaspar.<br />

Hace decenios <strong>que</strong> yo no oía esta exclamación, probablemente en <strong>un</strong>a comedia de Pemán<br />

retransmitida por el Teatro Oral de Radio Exterior de España. Con <strong>un</strong>a cha<strong>que</strong>ta de tweed comprada<br />

en <strong>Lo</strong>ndres, corte de pelo Iranzo y mocasines italianos, Gaspar me fascina. Te estrecha la mano como<br />

a <strong>un</strong> compatriota co-responsable de haber ganado la batalla de Lepanto, y diríase <strong>que</strong> dispone de <strong>un</strong><br />

algodón mágico <strong>que</strong> abrillanta sus ojos, su dentadura, sus palabras, sus aspavientos histriónicos, y<br />

<strong>que</strong> le aporta <strong>un</strong> rostro admirable y sanguíneo de entusiasmo contagioso. Tenis, rayos uva,<br />

neocapitalismo, verborrea altanera y yo <strong>que</strong> entre frase y frase echo miradas hacia Piotr, ahora <strong>que</strong><br />

me fijo lleva puesta la cha<strong>que</strong>ta <strong>que</strong> yo le regalé hace <strong>un</strong> mes, me dan ganas de ir hacia allí y<br />

rompérsela en pedazos. Pero sigue ignorándome, y se ríe a carcajadas con su nuevo amigo.<br />

—Coralita —dice Gaspar—, tienes por novio a <strong>un</strong> buen hombre solidario. Felicidades. A lo<br />

mejor, incluso nos ha salido usted utópico. Diga, ¿cuál es su equipo de fútbol?<br />

Saboreando cada palabra y con el pecho henchido de orgullo, respondo:<br />

—El Real Betis Balompié.<br />

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