Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
El hombre sonreía con maldad. Mi vieja lo miró fijamente. Se irguió como pudo, y dijo:<br />
—Haga usté el favor de marcharse. Hoy estamos de limpieza.<br />
Me sentí como <strong>un</strong> babieca, con la escoba en la mano. El aire de la casa estaba lleno de<br />
moscas. Apestaba. La tía Bernarda había vuelto a encerrarse en el retrete.<br />
—Recuerde —dijo el hombre— <strong>que</strong> la guerra aún no ha terminado.<br />
—Usté lárguese o le echo a los perros —afirmó mamá.<br />
—¿Qué perros, mamá? —preg<strong>un</strong>té yo.<br />
—Le repito <strong>que</strong> la guerra no ha terminado —insistió el hombre.<br />
—Pero, ¿qué perros, mamá? —insistí yo.<br />
—Amos, fuera de aquí, caballero —exclamó mi madre.<br />
El hombre retrocedió despacio y se fue.<br />
—Pero mamá, ¿dónde está el perro? —repetí.<br />
—Ay, hijo —se desesperaba mi vieja—. De verdad, eres más tonto <strong>que</strong> <strong>un</strong> hilo de uvas.<br />
¿Por qué habrían matado a mi padre? Al día siguiente de su entierro hubo <strong>un</strong>a concentración<br />
femenina de Falange en Medina del Campo. Un dólar valía nueve pesetas, <strong>un</strong> marco alemán, tres con<br />
cuarenta y cinco. Decían <strong>que</strong> el procurador hispano-soviético había estrangulado a mil setecientas<br />
personas en Leganés con sus propias manos. Radio Nacional abría la emisión a las diez y media de la<br />
noche y la cerraba sólo hora y pico después, pero le daba tiempo a contar algún chiste de exámenes:<br />
“¿Conoce usted, señorita, el Principio de Arquímedes?” “No señor, el principio no; yo vine a clase<br />
cuando ya estaba empezado el curso.” Habíamos vuelto a atender misa cada domingo, y allí el cura<br />
aseguraba <strong>que</strong> nuestro barrio estaba lleno de mujeres de moral distraída. “Esto no es Sodoma y<br />
Gomorra,” bramaba, “es peor: ¡esto es Sodoma y Moncloa!” Entonces mi madre miraba a la tía Rosa.<br />
Y la tía Rosa la devolvía retadora la mirada.<br />
N<strong>un</strong>ca volví a ver al tío Santiago. Contaron <strong>que</strong> el enfermo había emigrado a las pampas,<br />
empleando allí su experiencia para montar <strong>un</strong> restaurante especializado en cocidito madrileño<br />
demócrata y chotis constitucionales. Una sarta de filfas, claro. Por mi parte, después del entierro de<br />
papá seguí haciendo pellas y yendo a jugar entre obuses fallidos con Indalecio, el hijo del limpia.<br />
—Oye —me soltó <strong>un</strong>a baza—, ¿sabes <strong>que</strong> a tu padre le despacharon por culpa de tu madre?<br />
—Sí —repuse—. Ya lo sé.<br />
—¿Y qué piensas?<br />
—Ná —dije—. Qué voy a pensar. Son cosas de ellos.<br />
—Tu madre es <strong>un</strong>a cacho puta —sentenció.<br />
—Eso no puede ser.<br />
—Amos, no te giba el tío ahora —dijo Indalecio—. ¿Y por qué no?<br />
47