Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
por charlatanes como tú.<br />
Tú sí <strong>que</strong> eres <strong>un</strong> amigo, Faraón, susurró Ismael. Shukran.<br />
Affan, capullo.<br />
Preferiría no tener <strong>que</strong> dar muchos detalles, por<strong>que</strong> los jóvenes de hoy son todos <strong>un</strong>a panda<br />
de sinvergüenzas. La chica estaba en sus redes media hora después, pero dijo tener hambre e Ismael<br />
se ofreció a llevarla a <strong>un</strong> restaurante <strong>que</strong> conocía. Y la fatalidad ocurrió (pero cómo iba a<br />
imaginarme lo <strong>que</strong> podía pasar). Estaban sentados a <strong>un</strong>a mesa, haciendo manitas y memeces de ese<br />
jaez, cuando de pronto irrumpió Eva en el local. Al divisar a mi vecino, su boca produjo <strong>un</strong> mohín<br />
de intenso desdén y el bamboleo de sus caderas se acentuó. Venía vestida con amplio escote,<br />
delicado fular y lasciva minifalda. Sensual, altanera, inaccesible, martirizando el suelo con altos<br />
tacones, ondeaba su larga cabellera negra, meciendo su cuerpo como si fuera <strong>un</strong>a ola en el mar, y<br />
fingía no oír lo <strong>que</strong> le decía su acompañante, <strong>un</strong> hombre ya perdido: tímido, con corbata y billetera.<br />
¿Es necesario consignar <strong>que</strong>, al pasar j<strong>un</strong>to a la mesa donde galanteaba Ismael, el balanceo de sus<br />
caderas se hizo mucho más pron<strong>un</strong>ciado? El joven traductor, absorto en su nueva amiga, apenas<br />
miró a a<strong>que</strong>lla “desconocida”. ¿Acaso es necesario añadir <strong>que</strong> a<strong>que</strong>lla indiferencia hizo enfurecer a<br />
Eva? No dejó de observar, siquiera de reojo, a su ex-amante y su nueva rubia y su pretendido<br />
menosprecio. Ahora el hombre tímido con corbata le parecía <strong>un</strong> cretino. Ismael podía ser realmente<br />
divertido, y las carcajadas de la rubia se oían (o eso pensaba Eva) en todo el local.<br />
¿Qué pasa, Eva? dijo el hombre con corbata. No me estás escuchando.<br />
Vámonos de aquí, ordenó ella. No soporto a esa ordinaria. ¡Qué tipeja más vulgar!<br />
Pero... ¿quién? se desesperaba el hombre.<br />
¡La rubia de a<strong>que</strong>lla mesa! ¡No me puedo creer <strong>que</strong> no te des cuenta! La oye todo el m<strong>un</strong>do.<br />
Parece <strong>un</strong>a gallina clueca. Y mira cómo va vestida... ¡será puta!<br />
El hombre miró la minifalda de Eva, se encogió de hombros y llamó al camarero para abonar<br />
el vermut. Pero aún no había visto nada: lo peor estaba por llegar. Al pasar de nuevo j<strong>un</strong>to a la mesa<br />
de Ismael, Eva se detuvo <strong>un</strong> mero instante... <strong>que</strong> fue excesivo. Primero sólo murmuró “Adiós”. La<br />
parejita separó sus labios. Se miraban fijamente <strong>un</strong>o al otro. Entonces Eva vocalizó con sonora<br />
claridad: “Adiós, Ismael”. El traductor giró la cabeza, la miró apenas <strong>un</strong> seg<strong>un</strong>do con sincera<br />
extrañeza, pensó <strong>que</strong> había oído mal (en el local había ruido de fondo) y volvió a murmurarle<br />
cositas a su rubia. ¡Ah, ignorante, loco! El volcán explotó con toda su violencia.<br />
¡Serás canalla! gritó Eva, perdiendo la paciencia. ¡Eres <strong>un</strong> resentido, y <strong>un</strong> miserable! ¡Te he<br />
dicho “Adiós, Ismael”!<br />
Mi vecino la miró desconcertado.<br />
¡He dicho “Adiós”! continuó Eva, furiosa. ¡Y tú has hecho como <strong>que</strong> no me oías! ¡Y luego te<br />
66