Justicia, Justicia, - el caso saiegh
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Domingo 2 de noviembre<br />
De la angustia a la esperanza. Con un pie entre la vida y la muerte<br />
¡Cómo nos domestican los hábitos! Pese al frío, al hambre, a la<br />
suciedad, al dolor, esa mañana de domingo, cuando desperté, a pesar de que<br />
casi no había podido dormir un rato prolongado en toda la noche, entendí<br />
nuevamente que estaba entre la vida y la muerte, en manos de terceros,<br />
sabiendo que eran sicarios que actuaban por órdenes recibidas de los sátrapas<br />
civiles socios d<strong>el</strong> mal llamado Proceso, y <strong>el</strong> deseo de sobrevivir me generó una<br />
angustia tal que sentí como un gran agujero en todo <strong>el</strong> pecho.<br />
Sentía que esa angustia se realimentaba a sí misma. Era un mar de<br />
sensaciones arrasadoras, en <strong>el</strong> que se combinaban y superponían <strong>el</strong> instinto<br />
por conservar la vida, la desesperación, la esperanza, la resistencia interior<br />
para conservarla, la desazón y <strong>el</strong> terror por la posibilidad de que se me<br />
escapara, que ya no la sintiera y que, con <strong>el</strong>lo, se fueran mis escasas<br />
posibilidades de resistir.<br />
Después de un rato, y cuando empecé a reponerme, comencé a<br />
entender que tenía que cuidarme, pero no sabía cómo hacerlo. Sentí que,<br />
aunque fuera irreal, tenía que “evadirme” de la situación que estaba viviendo...<br />
y ap<strong>el</strong>é a la imaginación.<br />
Estando cautivo en esas condiciones, no es que sólo sintiera que<br />
permanecía encerrado entre cuatro paredes, en un cubículo ínfimo, sucio, en<br />
una situación inhumana. Había a mi alrededor otra c<strong>el</strong>da, otro espacio sin<br />
salida: la puerta desaparecía de mi percepción y de mis sensaciones, no<br />
parecía posible que pudiera atravesarla para poner fin al encierro.<br />
Sentí que la imaginación podía ser una salida virtual. Ap<strong>el</strong>ar a la<br />
capacidad de imaginar, a veces innata, que tenemos los arquitectos, y que<br />
afortunadamente me acompañó en toda mi trayectoria profesional y<br />
empresarial, hasta ese momento y aún hoy.<br />
Pensé, imagine que mediante los recuerdos, otras vivencias, podía sentir<br />
que en realidad no estaba ahí, en esa mísera c<strong>el</strong>da, sino en mi casa. Empecé a<br />
imaginarme sentado en <strong>el</strong> jardín, leyendo los diarios, pensando en <strong>el</strong> asado d<strong>el</strong><br />
mediodía, ese ritual dominguero que empezaba con un buen desayuno y la<br />
lectura infaltable de La Nación, Clarín y algún otro medio de los que había en la<br />
época, y pensando en <strong>el</strong> encuentro d<strong>el</strong> mediodía con toda la familia, algunos<br />
pocos amigos y la presencia infaltable de mi madre. Y fue entonces, a partir de<br />
conectarme y sentir lo que mi madre debía estar sufriendo en ese momento, al<br />
igual que mi mujer y mis hijos, que me invadió una congoja muy grande, por <strong>el</strong><br />
dolor y la angustia que estarían viviendo. Pensé que mi madre no podría llegar<br />
a soportar mi muerte y mucho menos en esas condiciones.<br />
Sentí que si me dejaba arrastrar tanto por la angustia por mi situación y<br />
la de mi familia, angustia que me atravesaba <strong>el</strong> pecho, iba a entrar fácilmente<br />
en una depresión que me debilitaría frente a lo que me esperaba. Por eso,<br />
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