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Justicia, Justicia, - el caso saiegh

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metieron en <strong>el</strong> culo, con lo que pegué un salto tal que despegué los pies d<strong>el</strong><br />

piso y traté de colgarme de la soga de las esposas. Pero todo fue inútil. El dolor<br />

d<strong>el</strong> desgarramiento era insoportable, como era insoportable la sensación de<br />

placer que sentían los hijos de puta a medida que me metían y me sacaban <strong>el</strong><br />

palo.<br />

Luego de este vejamen, donde no sólo <strong>el</strong> dolor físico era lo evidente,<br />

sino <strong>el</strong> sentimiento de quiebre moral y de la dignidad, imposible de explicar con<br />

palabras, y como si los muchachos con esto se hubieran tranquilizado un poco,<br />

imprevistamente <strong>el</strong> clima había cambiado. Pero no en todos. Uno de <strong>el</strong>los<br />

argumentó que yo había inventado todo mi r<strong>el</strong>ato para “zafar”.<br />

Por un instante me pareció que iban a empezar otra vez, pero por suerte<br />

había llegado la hora de comer y como los “muchachos” tenían hambre, me<br />

dejaron solo, esposado a la silla.<br />

Cuando concluyó la sesión de torturas, me costó entender algo tan<br />

sencillo como cuál era mi lugar en este mundo, en qué mundo estaba viviendo.<br />

El alivio misérrimo por <strong>el</strong> hecho de que la sesión de tormentos había concluido<br />

se entremezclaba con la degradación por lo vivido y con <strong>el</strong> pánico por lo que<br />

pudieran ser capaces de hacerme en las siguientes tandas.<br />

Alrededor de una hora después apareció uno de <strong>el</strong>los, morocho, gordito.<br />

Sin hablar me abrió las esposas y me entregó un paquete de comida. Se quedó<br />

observándome, apoyado en la pared:<br />

-A la tarde vas a ir a reconocer las carpetas.<br />

-¿Qué carpetas?, pregunté.<br />

-Mirá, tratá de zafar, pibe. Porque se te va a hacer muy larga la cosa.<br />

Morfá tranquilo y preparate que vamos a ir a revisar y reconocer como tuyas las<br />

carpetas.<br />

Dos horas después me vinieron a buscar. Bajamos las escaleras, me<br />

dieron <strong>el</strong> saco, la camisa, sin la corbata, y desde <strong>el</strong> garaje de la Policía salimos<br />

en un Falcon rojo por la calle Sáenz Peña. Cuando vi que <strong>el</strong> auto se<br />

encaminaba hacia Plaza de Mayo, por Hipólito Yrigoyen, me invadió una<br />

sensación de tranquilidad. No sabía adónde me llevaban pero, por <strong>el</strong> momento,<br />

mi destino no era quedar tendido en una zanja.<br />

No eran más de las 3 de la tarde. Entramos por San Martín, luego<br />

Bartolomé Mitre, cruzamos Reconquista y antes de llegar a 25 de Mayo nos<br />

detuvimos frente a lo que había sido una de las sucursales d<strong>el</strong> Banco de<br />

Intercambio Regional (BIR). Me metieron en un ascensor y me llevaron hasta <strong>el</strong><br />

cuarto piso. Allí, en una de las oficinas, habían concentrado todas nuestras<br />

carpetas. Las d<strong>el</strong> Banco, las de Saico -mi empresa constructora-, y las de otras<br />

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