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Critica 145 - Revista Crítica

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LIONEL TRILLING<br />

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ñanza en la licenciatura, no se le otorga la misma licencia —no se le puede<br />

otorgar porque el público del maestro, el cual está frente a sus ojos, mientras<br />

el del crítico no lo está, hace preguntas sobre la “esfera práctica”, que el pú -<br />

blico del crítico no hace—. Por ejemplo, el mismo día en que escribo esto,<br />

cuando le dije a mi clase todo lo que podía pensar en decir sobre La monta -<br />

ña mágica la invité a hacer comentarios o preguntas, un estudiante preguntó:<br />

“¿Cómo generalizaría usted la idea del valor educativo de la enfermedad, de<br />

modo que fuera aplicable no sólo a un individuo particular, Hans Castorp,<br />

sino a la gente joven en general?” Nos hizo sonreír, pero fue hecha con toda se -<br />

riedad, y era esencialmente seria, y tenía que ser respondida con seriedad, en<br />

parte mediante la reflexión de que esta idea, como muchas de las ideas en -<br />

contradas en los libros del curso, tenían que pensarse sólo en referencia a<br />

la vida privada; que tocaban la vida pública sólo de una forma indirecta o tan -<br />

gencial; que debía uno toparse con ellas en soledad, incluso en secreto, desde<br />

el momento en que hablar de ellas en público y en nuestras instalaciones aca -<br />

démicas hacía que pareciesen propuestas para su práctica pública, distorsio -<br />

nando así su significado. A esto, otro estudiante respondió; dijo que, a pesar<br />

del ritual público del salón de clases, cada estudiante inevitablemente ex -<br />

perimentaba los libros en privado y encontraba su significado en referencia a<br />

su propia vida. Cierto, pero el maestro ve varias privacidades reuniéndose para<br />

formar un grupo, y ellas sugieren —sin duda además porque se reúnen todos<br />

los lunes, miércoles y viernes a una hora determinada— la idea de comuni -<br />

dad, es decir, de la “esfera práctica”.<br />

Siendo así las cosas, el maestro no puede escapar a la conciencia de cier -<br />

tas circunstancias que el crítico, que escribe para un lector ideal, sin circuns -<br />

tancias, no tiene que tomar en cuenta. El maestro considera, por ejemplo, la<br />

situación social de los estudiantes —no son de origen aristocrático, no proce -<br />

den de hogares en los que la obstinación, el orgullo y la costumbre conscien -<br />

te prevalezcan, no han nacido en una cultura marcada por esos rasgos, una<br />

cultura que resista ideas y compita con otras cosas valiosas o interesantes; pro -<br />

ceden, en su mayoría, de “buenos hogares” donde la autoridad y la evalua -<br />

ción son débiles o al menos no muy importantes o audaces, de modo que<br />

esas ideas tienen para ellos, en el estado actual de su desarrollo, un peculiar<br />

atractivo y poder. Y respecto a ello el maestro debe tener en mente el presti -

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