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Critica 145 - Revista Crítica

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LIONEL TRILLING<br />

98<br />

Vacilé compungido antes de incluir, después de Memorias del subsue -<br />

lo, La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi, la cual destruye despiadada y feroz -<br />

mente la ciudadela del lugar común en la que creemos poder guarecernos de<br />

nosotros y nuestro destino. Pero la incluí, y luego dos obras de Pirandello,<br />

las cuales, con la sórdida atmósfera de la vida común, socava las certidumbres<br />

del lugar común, del sentido común.<br />

De tanto en tanto me he planteado la pregunta de si mi elección de las<br />

obras introductorias no era extravagante, excesivamente tendenciosa. Nunca<br />

lo he creído. Y si estas obras sirven en verdad para indicar con precisión la<br />

naturaleza de la literatura moderna, un maestro podría considerar que vale<br />

la pena preguntarse cómo responden sus estudiantes a tan fuerte dosis.<br />

Una respuesta es la que ya he descrito —la disposición de los estudian -<br />

tes a involucrarse en el proceso que podríamos llamar de socialización de lo<br />

antisocial, aculturación de lo anticultural o legitimización de lo subversivo—.<br />

Cuando los ensayos de fin de curso llegaron, fue claro para mí que casi nin -<br />

gún estudiante se sintió sorprendido por lo que había leído: habían contenido<br />

por completo el ataque. La principal excepción fue de los pocos que sencilla -<br />

mente no entendieron, aunque pudieron sentirse atemorizados por el tipo de<br />

nuestro discurso. En sus ensayos, como pobres criaturas de un cuento de Kafka,<br />

hallaron refugio, primero, en largas frases malentendidas, luego en la mala<br />

gramática, luego en la incoherencia generalizada. Después de que mi exaspe -<br />

ración pedagógica se hubo agotado, descubrí que me sentía tentado a conce -<br />

derles un extraño respeto, como si se hubieran puesto de pie y dicho que de<br />

hecho no habían tenido la inteligencia de pararse y decir: “¿Por qué nos apre -<br />

sura? Déjenos solos. No somos el Hombre Moderno. Somos el Viejo. La nues -<br />

tra es la Vieja Fe. Servimos a los Pequeños Viejos Dioses, los dioses de los<br />

lugares comunes, de las pequeñas, oscuras y, de algún modo, poderosas dei -<br />

dades de abogados, médicos, ingenieros, contadores. Con ellos no hay sen si -<br />

bilidad ni angst. Con ellos no hay disgustos —son ellos en realidad los que<br />

preparan el camino a los ‘bellos y buenos’ sobre quienes han surgido en este<br />

curso dudas vulgares, esos ‘bellos y buenos’ que no posemos y que no que -<br />

remos poseer pero sabemos que justifican nuestras vidas. Déjenos solos y dé -<br />

jenos adorar a nuestros dioses en la forma en que ellos quieran, en paz y en<br />

la ignorancia.” Burdo pero —para emplear la interesante palabra que les he -

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