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Mataderos. Ferro volvió a vivir al barrio en el que se crió.<br />
–¿Es difícil proponer desde una palabra devaluada como el<br />
amor?<br />
–La palabra amor fue como un canto rodado: se fue llenando<br />
de mierda. Y desde el rock, porque el rock, cuya base era<br />
paz y amor, amor libre, bla, bla, bla, se olvidó del amor, que<br />
fue importado por la industria a diferentes géneros y subgéneros<br />
de la música y la literatura. A mí me interesa sacar todo<br />
ese pedregullo que se fue juntando. Pero estoy seguro de que<br />
el amor es una columna basal y central para todos nosotros.<br />
Mucho más ahora, en pleno acoso del ser es tener, el tiempo<br />
es dinero.<br />
La política<br />
Hay una escena familiar que funda la búsqueda del niño Gabo<br />
en un mundo que no lo satisface porque guarda en sí el germen<br />
de la traición, y porque a la vida y al amor, los circunda la<br />
muerte. Es una disputa entre parientes justo el día en que se<br />
les ocurrió casarse a sus padres, un papá de tradición socialista<br />
nacido y criado en el corazón de Mataderos y una madre de<br />
familia peronista. La ceremonia comenzó poco, muy poco<br />
antes de que un comunicado oficial anunciara que a las 20.25<br />
del 26 de junio de 1952 murió la abanderada de los humildes,<br />
Eva Perón.<br />
–¿Qué pasó entonces?<br />
–Interrumpen la boda para anunciar esto, y en la fiesta,<br />
donde había peronistas y antiperonistas hubo parientes que<br />
empezaron a repartir habanos porque había muerto "la puta".<br />
Los peronistas ofendidos los agarraron a las piñas. O sea, la<br />
familia fue parida en medio de un debate.<br />
Gabo nació segundo hijo varón a fines de los sesenta.<br />
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Demasiado chico para vivir la actividad que apenas percibía<br />
en su casa. Supo, por ejemplo, que una vez se fundieron porque<br />
la familia le bancó el viaje a unos amigos que tuvieron que<br />
salir del país. Intuyó que su padre nunca militó por algún tipo<br />
de acuerdo silencioso en el que primaba la seguridad de la<br />
familia. Y se recuerda jugando con una bandera de montoneros<br />
que su hermano escondía detrás de los muebles de la casa.<br />
Vivían donde él lo hace ahora, en un boulevard de casonas<br />
viejas que limita con los mataderos históricos del barrio. Su<br />
padre fue durante cuarenta años el gerente del club Chicago<br />
y treinta y tantos, hasta que cerró sus puertas, el jefe de personal<br />
del frigorífico Lisandro de la Torre.<br />
Es miércoles. Recién termina la siesta. En la esquina de la<br />
casa un grupo de linyeras ha armado una ranchada que parece<br />
llevar un tiempo. Más allá, los obreros de una metalúrgica<br />
la mantienen tomada. En la puerta hay un cartel que dice:<br />
"basta de mentiras". La calle Murguiondo, al fondo, parece<br />
desierta. A media cuadra cuatro obreros lavan los camiones<br />
que transportan medias reces. Gabo se sienta el suelo a pedido<br />
del fotógrafo, contra la pared. Pasa un carrito de cartonero<br />
con un caballo viejo. Los niños saludan. "Hola amigo", dicen.<br />
Este fue el territorio de Gabo. Volvió a él, y a la casa de sus<br />
padres después de la separación que lo llevó a escribir en un<br />
pocos meses, mientras hacía el duelo por un amor lesivo, doce<br />
canciones de amor cruentas y hermosas. El disco se llama<br />
Amar, temer, partir y es la consagración total de su obra al<br />
tema que la rige y alimenta.<br />
–El primer flaneur permitido era por esos lados –dice Gabo<br />
y camina por la avenida.– Era muy estimulante. Por la cantidad<br />
de cosas armadas en mi adolescencia, el salir a caminar e<br />
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