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Y hubo de suceder, por decreto de Alá<br />
(loado sea y glorificado), que una partida de<br />
ladrones entraron en la dicha aljama y por<br />
ella pasaron a la casa aledaña.<br />
Y la gente de la casa, al sentir el ruido<br />
que hacían los ladrones, despertóse y prorrumpió<br />
en grandes gritos demandando<br />
auxilio.<br />
Acudió luego el guali de la ciudad seguido<br />
de sus guardias, y los bandidos se dieron<br />
a la fuga para no caer en la redada.<br />
Y el guali entró en la aljama y vio allí al<br />
bagdadí, que dormía a pierna suelta, y empezó<br />
a fustigarle con su látigo, dándole unos<br />
golpes tan recios que en poco estuvo que no<br />
lo dejara muerto. Y luego de eso mandó el<br />
guali que lo metiesen preso.<br />
Pasó el hombre tres días en la cárcel,<br />
y, al cabo de los tres días, presentóse allí el<br />
guali y lo interrogó, diciendo:<br />
—¿De qué país eres?<br />
Y el hombre le contestó:<br />
—De Bagdad.<br />
Y el guali tornó a preguntar:<br />
—¿Y cuál fue el motivo que te trajo a<br />
Egipto?<br />
Y el preso le dijo:<br />
—Pues un sueño que tuve en el que oí<br />
una voz que me decía: “Tu suerte está en<br />
Egipto; dirígete allá”. Hícelo así, y, al llegar,<br />
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