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en caso de peligro, si se la apresa por él, lo corta<br />
de una dentellada, abandonándolo, y durante<br />
varios minutos queda ese apéndice retorciéndose<br />
entre saltos, como una lombriz<br />
recién desenterrada.<br />
Recibe toda la luz y la re-crea, trocándola<br />
en reflejos y colores. El mismo sol parece<br />
mirarla fijamente, y esa mirada del sol también<br />
la capta y, como un espejo, la proyecta<br />
acrecentada. Toda ella es una obra de arte<br />
acabada y perfecta, logro de un artista mágico…<br />
Hasta la piedra en que se asienta, gris y<br />
opaca, contribuye a realzarla.<br />
Viendo esta talla inimitable, acude a mi<br />
mente una leyenda de tierras aztecas, leída<br />
no recuerdo dónde y titulada La lagartija de<br />
esmeraldas:<br />
“Érase que se era un padrecito santo que<br />
moraba al pie de una sierra, entre las inocentes<br />
criaturas del Señor, y al que todos los pobres<br />
de la región acudían en sus tribulaciones.<br />
En una mañana como ésta acudió a él un<br />
indio menesteroso en demanda de algo con<br />
que aplacar el hambre de su mujer y sus hijos.<br />
Lo halló en el sendero, cerca de su morada,<br />
y con voz de sentida angustia le narró sus<br />
penas, pidiéndole ayuda para remediarlas.<br />
El buen padrecito, que por darlo todo<br />
nada tenía, sentíase conmovido por tanta<br />
miseria, y hondamente apenado por no po-<br />
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