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Corrió hacia un árbol y lo tocó. Las ramas<br />
y las hojas se convirtieron en oro. Entonces<br />
regresó rápidamente hasta su palacio<br />
y se puso a tocar todo: las paredes, las sillas,<br />
la mesa, la lámpara… Y todo se fue transformando<br />
en oro. Incluso las cortinas, cuando<br />
las rozó al pasar, emitieron un ruido metálico<br />
y se pusieron rígidas.<br />
—Preparadme un banquete —ordenó el<br />
rey a sus criados—. Ser rico me abre el apetito.<br />
Los criados fueron corriendo a traerle carne,<br />
pan, fruta y vino mientras Midas tocaba<br />
todos los platos y las bandejas. Estaba encantado<br />
con la idea de comer en una vajilla de<br />
oro. Cuando le trajeron la comida, cogió un<br />
ala de pollo y le pegó un mordisco.<br />
¡Clonc! Estaba dura y fría. El apio le raspó<br />
los labios. El pan le rompió un diente. Cada<br />
bocado se convertía en oro en cuanto lo tocaba.<br />
Hasta el vino golpeaba el vaso, tan sólido<br />
como un huevo en la huevera.<br />
—¡Eh, tú! —ordenó a uno de sus criados,<br />
dándole un empujón—. No te quedes ahí como<br />
un pasmarote. Tráeme algo que pueda<br />
comer.<br />
Pero el criado, que se había convertido<br />
en una estatua de oro, cayó al suelo con estruendo.<br />
En ese momento entró la reina.<br />
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