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42 Virgilio Díaz Grullón<br />

vegetación dibujando diversas tonalidades de verde sobre la<br />

copa de los árboles y las sabanas apretadas de yerba. La brisa,<br />

fresca aún a aquella hora, jugueteaba con el pelo de Alberto y<br />

le acariciaba suavemente las mejillas.<br />

Tal vez porque dedicó en ese instante un fugaz pensamiento<br />

a Rosina, se sentía serenamente feliz cuando comenzó<br />

el ataque de morteros. No vio la primera granada levantarse a<br />

sus espaldas desde algún lugar situado más allá de la lometa,<br />

ni percibió la parábola perfecta del vuelo por encima de su<br />

cabeza, pero sí oyó el inesperado estruendo que produjo al<br />

caer, multiplicado hasta el infinito por las sucesivas resonancias<br />

que despertó a lo largo de las lomas.<br />

¡Estaban descubiertos! El avión de reconocimiento había<br />

cumplido al fm de cuentas su misión y este bombardeo<br />

era sin duda el preludio de un ataque directo al campamento<br />

por parte de unidades de infantería que debían encontrarse<br />

por los alrededores. Alberto miró a Víctor que le hacía<br />

señales con la mano indicándole que no abandonara .su<br />

posición y mantuviera su atención sobre la carretera.<br />

Las granadas siguieron cayendo sucesivamente, a un ritmo<br />

uniforme, cada vez más cerca del campamento. De pronto se<br />

estuchó una explosión infernal, al tiempo que una súbita<br />

llamarada acentuó la claridad diáfana del día y una nube<br />

negra se levantó a la izquierda de Alberto y se expandió como<br />

un gigantesco paraguas abierto encima de la loma. De<br />

inmediato se produjo una serie de detonaciones que se<br />

sucedieron sin interrupción por espacio de varios segundos y<br />

Víctor y Alberto intercambiaron entonces a través de la<br />

carretera una rápida mirada cuyo secreto mensaje era obvio<br />

para ambos: el enemigo había hecho blanco sobre el depósito<br />

de granadas de la cueva y el arsenal entero había sido<br />

destruido en un segundo por una trágica jugarreta de la<br />

suerte.<br />

Un silencio absoluto, macizo, siguió a la extinción de los<br />

ecos de la explosión que se habían adueñado instantes antes<br />

de todo el lugar. Luego de algunos minutos de angustiosa<br />

espera Alberto observó que Víctor, después de repetir su

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