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90 Virgilio Díaz Grullón<br />
zona con bombardeos por más de dos horas y no debió haber<br />
quedado uno solo vivo, pero cuando fuimos a rastrear el lugar<br />
no encontramos más que dos culebras y cuatro puercos<br />
cimarrones. Los comunistas se habían esfumado como el<br />
humo. Y te aseguro que teníamos todos los accesos bloqueados.<br />
No me explico cómo lo hacen, a menos que tengan<br />
arreglos con el diablo. "<br />
Al oír esto, el sargento Sención había recordado lo que le<br />
dijo un soldado herido en el puesto de socorro: "Teníamos a<br />
uno de ellos acorralado en un bohío. Le tiramos como<br />
doscientos #1;OS y las balas le rebotaban en el cuerpo. Se nos<br />
fue caminando, despacito, entre las lomas. "<br />
Pero ahora el sargento tenía algo más que habladurías<br />
para justificar la creencia de que aquellos comunistas estaban<br />
protegidos por el diablo, porque habían desaparecido también<br />
de la zona que acababa de explorar con sus hombres. Y,<br />
sin embargo, el informe de las patrullas de reconocimiento<br />
había sido preciso: un grupo de ocho guerrilleros estaba<br />
acampado esa mañana en el claro, junto al algarrobo que<br />
crecía a la vera del cerro. Más de trescientos soldados<br />
acordonaron el área bloqueando todos los accesos para nada:<br />
no habían encontrado ni uno solo de ellos.<br />
"Son cosas que no tienen explicacion", acababa de<br />
decirse a sí mismo el sargento cuando observó de soslayo el<br />
extraño movimiento en la copa del algarrobo. Así que, sin<br />
pensarlo dos veces, levantó su sancristóbal y disparó al bulto.<br />
El estampido alborotó algunos pájaros dispersos y liberó el<br />
rebuzno prolongado de un asno que pastaba del otro lado del<br />
cerro. Pero el sargento Sención no estaba atento a esos<br />
resultados remotos del estampido, porque todos sus sentidos<br />
se mantenían en concentrada vigilancia de las ondulaciones<br />
que observaba en las hojas de la copa del algarrobo y en el<br />
sonido de ramas quebradas que había comenzado un poco<br />
más abajo de aquélla y se prolongaba hacia el suelo cada vez<br />
más cerca de la tierra.<br />
Aunque el cerrado follaje del árbol le impedía una<br />
observación directa, esos indicios bastaron para que el