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68 Virgilio Díaz Grullón<br />
localizado esa misma tarde, en una finca de las afueras de la<br />
ciudad, el .mimeógrafo en que había sido impresa. Reconstruyó<br />
las medidas de seguridad adoptadas de urgencia para<br />
destruir documentos comprometedores y asegurar escondites<br />
a varios compañeros, así como las largas horas en espera de<br />
indicios que determinaran el alcance de la información de que<br />
disponía la policía sobre la organización. Revivió el período<br />
de calma de los días posteriores que los llevaron a creer que la<br />
acción policial no pasaría de lo que había sido durante las<br />
primeras horas. Pensó que vivía nuevamente el instante en<br />
que, una semana más tarde, un agente uniformado detuvo<br />
junto a él en plena calle la motocicleta que conducía y,<br />
después de identificarlo y decirle: "siéntese atrás y agárrese<br />
bien, que vamos a correr", lo había llevado hasta la jefatura<br />
central de la policía, a una velocidad vertiginosa. Sintió<br />
nuevamente los empellones con que Su apresador lo condujo<br />
hasta el lugar en donde ahora se hallaba y que contrastaron<br />
con las maneras corteses que había usado hasta el momento<br />
de trasponer las puertas del recinto policial. Oyó su voz<br />
cuando les dijo a los agentes que rodeaban el escritorio:<br />
"aquí les traigo carne fresca" y sufrió nuevamente los golpes<br />
sobre el pecho, las espaldas, el vientre y las piernas y<br />
súbitamente recordó que, justo antes de caer semidesvanecido<br />
al suelo, había visto al Coronel, sentado tras su escritorio,<br />
fumando pausadamente un cigarrillo rubio en boquilla de<br />
marfil.<br />
Esta última reminiscencia impulsó a Alberto a abrir los<br />
ojos para volver a contemplar al padre Anselmo, pero éste no<br />
estaba más allí y, en su lugar, el Coronel se levantó con<br />
parsimonia de su silla giratoria, se le acercó dando un rodeo<br />
alrededor del escritorio y, desprendiendo con elegancia la<br />
boquilla de sus labios, se- inclinó sobre Alberto para decirle<br />
suavemente: "Este es sólo el principio, jovencito, a menos<br />
que sueltes la lengua y nos cuentes algunas cositas que<br />
queremos saber. Te daré algún tiempo para que lo pienses y<br />
te decidas, por tu propio bien, a colaborar connosotros". Y,<br />
volviéndose hacia sus subalternos, ordenó con-voz cortante: