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LOS ALGARROBOS TAl1BIEN SUEÑAN<br />
75<br />
conduciría fatalmente a involucrarse en el proceso.<br />
Un movimiento extraño de su guía, tratando de esquivar<br />
la rama de un almendro que se cruzaba en su camino, distrajo<br />
a Alberto de sus meditaciones. La interrupción lo llevó a<br />
observar con mayor atención al hombre que caminaba frente<br />
a él y de súbito sufrió un angustioso sobresalto porque ciertos<br />
detalles sueltos que no había registrado a pesar de haberlos<br />
visto recientemente, surgieron con plenitud en su conciencia<br />
y se articularon de repente formando un cuadro cerrado y<br />
coherente: esos zapatos que ahora apenas distinguía en la<br />
semioscuridad pero que había visto con precisión durante un<br />
breve instante a la luz del farol; esos enormes zapatos color<br />
marrón, con puntera abombada y suela herrada que sonaron<br />
ominosamente con duro sonido metálico cuando el hombre<br />
se le acercó en el lugar de la cita, eran los zapatos típicos de<br />
la guardia nacional. Esa voz áspera y cortante con que le<br />
había ordenado momentos antes que le siguiese, era la voz<br />
autoritaria y seca característica de las órdenes militares. Esos<br />
pasos uniformes que daba el desconocido con precisión<br />
cronométrica caminando frente a él, eran producto del hábito<br />
de las marchas militares. Esos hombros erguidos, esa posición<br />
erecta del torso y esa barbilla levantada con insolente<br />
desplante era la clásica postura del militar acostumbrado a<br />
mostrar su prepotencia en todo momento.<br />
No podía ser otra cosa, se dijo Alberto: aquel hombre a<br />
quien se había confiado con tanta ingenuidad lo estaba<br />
llevando mansamente a una trampa. En algún lugar desconocido<br />
y solitario pero situado sin duda en la misma dirección<br />
hacia la que encaminaba entonces sus pasos, estarían los<br />
cómplices aguardando en la sombra su llegada para asesinarlo<br />
con la ayuda de quien lo iba conduciendo inexorablemente al<br />
matadero.<br />
Impulsado por un profundo instinto de conservación,<br />
buscó en el suelo con los ojos agrandados de terror alguna<br />
piedra, algún trozo de madera, cualquier cosa que pudiera<br />
servirle para defenderse de la inminente agresión, pero nada<br />
vio a su alrededor que pudiese servir a ese propósito.