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educacióny Ciudad25Pero salvo en ese terreno más que aceptado, la equivalenciaentre enunciar e inyectar, sólo nos puede condenar a no ser escuchados,y a no mucho más. Hace más de un década que DonFinkel (2008) sistematizó la brillante idea de dar las clases con laboca cerrada, pero a excepción de los hipermediatizados KenRobinson, Sugata Mitra, y el muchas veces citado pero rara vezencarnado, Jacques Jacotot, redescubierto por Jacques Ranciere yla eficiencia del maestro ignorante, no parece haber sobrepasadoel nivel de entelequia o excepcionalidad que corresponde a losgrandes nombres, muy lejos del aquí y ahora de los infinitos salonesde clase que componen el mosaico de la educación realmenteexistente.Desfetichizar el espacio (habitar el conocimiento)Jeremy Bentham (1995) acuñó la metáfora espacial definitivadel panóptico, y de la mano de Michel Foucault primero, en laera analógica, y luego de cuestionadores como Evgeny Morozov,Arthur y Marilouise Kroeker, o Susanne Gaschke, la noción de lodigital era tantas veces vilipendiada como reinstalada en el centrode la atención pública como modelo de espacio execrable pero almismo tiempo inevitable.Hubo mentes benévolas que trataron de conciliar lo irreconciliable,por ello, la ergonomía, ya mucho tiempo atrás, de FrederickWinslow Taylor y Frank y Lillian Gilbreth, buscó introducirun poco de dulzura en el mundo esquizofrenizante del fordismoy el taylorismo, hasta llegar a los trabajos de Alphonse Chapanis.Por eso la ergonomía cognitiva de Donald Norman, a comienzosde los años 90, quiso llevar esa tregua al campo de las interaccionescon las máquinas de pensar, que oscilan permanentementeentre el auxilio y el expolio.Pero tantos devaneos, como felizmente dicen los brasileños,“non deu certo”, y seguimos envueltos en cavilaciones absurdascuando de repensar el espacio del aprendizaje se trata, y para quéhablar del laboral (que debería serlo aún más). Ocasionalmenteaparecen obras de una potencia escandalizadora mayúscula, y sino, ¿qué otra cosa es ese mamotreto de Scott Doorley (2011)?,que parecería ser una oda a lo mal que marcha el espacio en casitodos lados, salvo cuando se decide intervenirlo con esos contraejemplosescandalosos (lo mismo ocurre con la arquitecturaen general que es básicamente oprobiosa y que sólo se compensacon premios como el Pritzker, para las excepciones).El cuerpo (no es) un interfazHace tiempo que nos aburrió la comparación entre el quirófanode antaño y el del hoy (que supuestamente marcaría unadistancia irreconciliable entre dos formas de practicar la medicina),de la misma forma que el ejemplo del espacio escolar quese mantendría intocado a lo largo de los siglos. Pero lo ciertoes que la ocupación de las aulas en pleno 2013, sigue manteniendoinvariantes una visión ortopédica del mobiliario, una sujeciónatemporal del cuerpo, contradiciendo la propiocepción, ycualquier recorrido del cuerpo como interfaz, tal como hemosdelineado en “ConectarLab” y que ha sido explorado también enel “MediaLab Eafit”, y en los talleres de Catalina Quijano en laUniversidad Tadeo Lozano.Décadas de investigación y de empoderamiento restringidodel cuerpo como interfaz, no logran perforar la certidumbrearquitectónica de una escuela entendida como disciplinamientodel alma. Y si bien la comparación del entorno escolar con lasinstituciones carcelarias, las instituciones totales, las institucionesvoraces, las instituciones fordistas, las instituciones sin alma olas instituciones antiergonómicas, es trivial, no por ello es falaz.Lo que llama la atención no es tanto cómo la ciencia se hapuesto al servicio del disciplinamiento durante tanto tiempo,como la metáfora del panóptico lo ha reconocido con esmero,sino que numerosos ejemplos de ciencia al servicio del antidisciplinamiento,como tenemos el ejemplo de las escuelas Vittra,sean tan poco difundidos, pero mucho peor aún, escasamenteimitados.Quienquiera que haya transitado los espacios abiertos recorridospor una educación post-compulsiva, sabe de qué estamos hablando.Curiosamente, casi nadie conoce los esfuerzos de GeorgeMesmin en Francia, y mucho menos los de Olga Cossettini enArgentina, para desanclar la arquitectura escolar de esa pesadacarga simbólica y material.Del consumo compulsivo de contenidos a la producción no compulsiva de significadoLa sentencia de Ludwig Feuerbach sigue filosofando a golpes demartillo: “somos lo que comemos, tanto material como simbólicamente”;sin embargo, el matiz que introduciremos no es menor: somosdónde comemos, material y simbólicamente también; confundir¿Cómo definir a las Humanidades Digitales? ¿O no definirlas? - Alejandro Piscitelli 33

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