llegó a la conclusión de que se trataba de una estancia cercana a Peña, partidode Pergamino.18 Relatado por Yupanqui en el programa de Televisión Española «A fondo»,conducido por Joaquín Soler Serrano, Madrid, octubre de 1977.19 Atahualpa Yupanqui (2001), op. cit.20 Atahualpa Yupanqui (2008), op. cit.21 <strong>En</strong>trevista de Antonio Carrizo en «La vida y el canto», Radio Rivadavia,Buenos Aires, 2 de septiembre, 1978.22 Fernando Assuncao (1999), Historia <strong>del</strong> gaucho. El gaucho: ser y quehacer,Editorial Claridad, Buenos Aires.23 Beatriz Seibel (compilación, prólogo y notas) (1998), El cantar <strong>del</strong> payador.Antología, Ediciones <strong>del</strong> Sol (Biblioteca de cultura popular), Buenos Aires.24 José Tcherkaski (1994), op. cit.25 Norberto Galasso (2005), Atahualpa Yupanqui. El canto de la patria profunda,Ediciones <strong>del</strong> Pensamiento Nacional, Buenos Aires.26 Álvaro Yunque (1952), Poesía gauchesca y nativista rioplatense, EditorialPeriplo Buenos Aires.27 Atahualpa Yupanqui (2001), op. cit.28 Pipo Lernoud (1980), op. cit.29 <strong>En</strong> la introducción a «Mi viejo potro tordillo», en el concierto <strong>del</strong> teatroRadio City de Mar <strong>del</strong> Plata, 7 de enero de 1983. (<strong>En</strong> Atahualpa Yupanqui,Buenas noches compatriotas, Acqua Records, Buenos Aires, 2000).30 Atahualpa Yupanqui (2008), op. cit.43Si las estaciones en las que había trabajado José Demetrio eran lospuntos australes de una línea que apuntaba hacia el norte ––la líneamadre unía Córdoba con Rosario––, en agosto de 1917 la familia se subióal ferrocarril que la conduciría, no sin paradas intermedias, hastaTucumán, el punto de partida de la genealogía, muy cerca <strong>del</strong> lugar enel que Diego Abad había hecho carpintería con los algarrobos sudamericanosen 1609. Para Héctor, la pampa ya no sería el único patio posiblepara sus juegos: la aventura ensanchaba su horizonte. Sin que nadiepudiera disputarle la mejor visión, apoyó su brazo izquierdo sobrela ventanilla <strong>del</strong> tren, presto a descubrir ese otro país <strong>del</strong> que le habíanhablado su padre en la guitarra y la señorita Rivero en el aula.NOTAS1 José Tcherkaski (1994), «Confesiones de un payador». <strong>En</strong>: J. Tcherkaski: Aprimera vista (Grandes reportajes), Corregidor, Buenos Aires.2 Pipo Lernoud (1980), «Atahualpa con el país adentro», Expreso Imaginario,Buenos Aires, número 53, diciembre.3 Atahualpa Yupanqui (2001), El canto <strong>del</strong> viento, Los Grobo AgropecuariaS.A., Carlos Casares.4 Ibídem.5 <strong>En</strong> el álbum Testimonios 3, Yupanqui hace referencia a esta pieza ––queejecuta en la grabación––, aprendida en las clases de Almirón.6 Pipo Lernoud (1980), op. cit.7 Atahualpa Yupanqui (2001), op. cit.8 Atahualpa Yupanqui (2001), ídem.9 Citado por Yupanqui en Tcherkaski (1994), op. cit.10 Mona Moncalvillo (1981), «Atahualpa Yupanqui», Humor, Buenos Aires,número 69, octubre.11 Mona Moncalvillo (1981), ibídem.12 Roberto Espinosa (2007), «A quince años de la muerte de Yupanqui», LaGaceta de Tucumán, 23 de mayo.13 Rafael Restaino (2000), Historia de los partidos de Pergamino, EditorialPan de Aquí, Pergamino.14 Atahualpa Yupanqui (2008), Este largo camino (Memorias). Rescate deVíctor Pintos, Cántaro, Buenos Aires.15 El <strong>nombre</strong> de Demetrio Chavero figura en la nómina de vecino de Roca, segúnconsta en Junín. Guía y estadística general de la ciudad y el partido (director:Gregorio Suárez), Casa Impresora José Tragant, Buenos Aires, 1914.42CAPÍTULO 2
Doctor en soledadesIEl tren que llevó a los Chavero en dirección norte había sido, en suscomienzos, una empresa osada, casi un capricho <strong>del</strong> sanjuanino Sarmientoque el tucumano Avellaneda había inaugurado con bombos yplatillos, convencido de que la extensión de los rieles entre Córdoba ysu sitio natal redundaría a favor <strong>del</strong> progreso nacional. Desde aquellainauguración en 1876 hasta ese agosto de guerra europea, la importancia<strong>del</strong> ferrocarril <strong>del</strong> norte había ido en aumento. Los ingenios azucarerosvenían cambiando el perfil de la provincia y, por extensión, de todoel norte argentino. El azúcar explotaba por todos lados y las formaseconómicas <strong>del</strong> Alto Perú eran violentamente reemplazadas por las nuevasindustrias agrícolas. <strong>En</strong> ese contexto, el ferrocarril revelaba su verdaderafunción: llevar gente de acá para allá, pero sobre todo cargar lasingentes riquezas <strong>del</strong> azúcar, entre la zafra y la industrialización <strong>del</strong> producto,para luego llegar lo más abundantemente posible al mercado.Todo esto lo entendería Héctor unos años más tarde, si bien ahorapodía escucharlo de boca de sus padres, a medida que el tren iba escalandoel país y en cada parada, algunas francamente desérticas, decenasde niños corrían descalzos con sus canastas de empanadas de polloy sus chucherías para venderle al viajero. Para un chico de nueveaños ––Héctor cumpliría los diez en Tucumán––, las novedades se sucedíanvertiginosamente, y un paisaje natural y social diferente <strong>del</strong> <strong>del</strong>a pampa se desplegó, todo de golpe, ante sus ojos. Ya con sólo ingresara territorio cordobés las diferencias saltaban a la vista: el terrenose volvía irregular, el verde ya no era tan definido, las alambradas noestaban tan espaciadas y los trigales escaseaban. Una vez en Tucumán,45sin pausa, para luego embalarlas rumbo a Rosario, donde las mejoresrefinerías hacían de tanto sudor el producto más satisfactoriamenteconsumido en todo el país, empezando por la caudalosa ciudad de BuenosAires. Si antes decir azúcar era remitirse a Cuba y otros sitios tropicales,ahora la esencia de lo dulce brotaba <strong>del</strong> interior argentino,para que los propios argentinos, especialmente los urbanizados, se alimentaranmás y mejor. Símbolo de crecimiento económico para provinciasque antes no contaban en el mundo de los negocios, el azúcaratraía capitales nacionales y extranjeros. Era el astro en torno <strong>del</strong> cualgiraban, como satélites, zonas muy pobres. De estas emigraban loshombres jóvenes ––a veces en yunta familiar––, dispuestos a deslomarseen los ingenios.2 Por lo tanto, Tucumán no era sólo Tucumán; erabuena parte <strong>del</strong> Norte concentrado en la provincia más pequeña y productivade la región.Los Chavero se instalaron en una modesta casa en Muñecas, cercade Tafí Viejo. <strong>En</strong> principio, el plan era vivir allí unos tres o cuatromeses, aprovechando las licencias con goce de sueldo que el CentralArgentino le debía a Juan Demetrio. ¿Largas vacaciones, como le habíacontado el padre a sus hijos? ¿O un intento, finalmente fracasado,de cambiar de vida, de trocar la estación de Roca por alguna otra másventurosa, ya que el Norte daba algunas señales de prosperidad? Héctornunca lo sabría. <strong>En</strong> Roca había terminado el cuarto grado ––esoseran todos los grados con los que contaba aquella escuela de campo––y no tenía la menor idea de cuándo empezaría el secundario. Por lopronto, su padre iba de acá para allá, visitando primos y amigos de laestación El Cadillal. Y acaso también tanteando la situación. Años después,en su segundo libro, Héctor aludiría a esa breve estadía tucumanaen términos duros: «Cuando chango, la pobreza me condenó condiversos remiendos. Vivía con mi familia en el barrio de los pobres, quese salvaba de ser suburbio por la gracia de los prados y el río, por elcampo, que comenzaba justamente ahí donde el pueblo acercaba suscalles a beber el agua inquieta <strong>del</strong> Korimayo».3