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En nombre del folclore - Rolling Stone

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en Perú–– era avanzar hacia atrás en el tiempo, retrogradar el camino<strong>del</strong> indio en un sentido histórico. Pero no sólo eso: la vigencia de la especiepodía entenderse claramente al observar las condiciones de vidade aquella gente. «Canción triste», decían los bolivianos al oír mencionaral yaraví.Presente hasta convertirse en una obsesión, el yaraví rondaría siemprela poética de Atahualpa: «Hay silencio en mi guitarra, cuando cantoun yaraví…/ Y lo mejor de mi canto se queda dentro de mí…»30 Porlo tanto, si buscaba conocer esa música en profundidad, Atahualpa nopodía visitar la zona como turista. Antes de volver por la senda de Jujuy,se animó a curtir sus manos en esa tierra que, si la exprimía con te-82te y sus aledaños, la parte antigua de un país nuevo. Luego volvería paraespecializarse, para entender cada pieza <strong>del</strong> rompecabezas argentino.Bajo el sol ardiente <strong>del</strong> Salado conoció a los hermanos Díaz, maestrosde la chacarera, y a las tejedoras más diestras, y a los curanderoso magos de la medicina quechua. Quiso aprender de la tierra seca y elhombre esperanzado, simbiosis antropológica de la chacarera, la másesquiva y la más seductora de las especies.Con la excitación de quien acaba de descubrir una cantera de oroy deja allí una marca para volver más tarde, Atahualpa terminó aquelviaje de iniciación convencido de que su verdadera edad no era la queacusaba la libreta de enrolamiento. Después de todo, también la edad,como el <strong>nombre</strong>, podía ser el fruto de una invención.NOTAS1 Según el investigador de Junín Roberto Di Marco, que ha indagado en losprimeros veinte años de la vida de Yupanqui, nuestro biografiado no terminósus estudios de bachiller, y hasta es posible que ni siquiera los haya promediado.Su <strong>nombre</strong> no figura en ningún registro de la época.2 Atahualpa Yupanqui (2008), Este largo camino, op. cit., pág. 4.3 Julio Ardiles Gray, «Atahualpa Yupanqui» (1973), La Opinión, Buenos Aires,14 de octubre.4 Ricardo Kaliman (2003), Alhajita es tu canto. El capital simbólico de AtahualpaYupanqui, Comunicarte Identidades, Córdoba. El autor destaca lasingularidad de aquella temprana manifestación de indigenismo en la canciónargentina.5 <strong>En</strong> uno de sus libros de recopilaciones, Leda Valladares rescata una bagualade Tafí <strong>del</strong> Valle que gira en torno <strong>del</strong> camino <strong>del</strong> indio: «Por este vallehermoso/ busco huellas <strong>del</strong> olvido/ huellas que no se han de borrar/ porquelas han pisao los indios». (<strong>En</strong> Leda Valladares (2000), Cantando las raíces,Emecé, Buenos Aires, pág. 82. Seguramente, coplas como estas fueronoídas por el niño Chavero, allá por 1918.6 Disco Odeón 8.647, grabado el 20 de julio de 1936. Si bien en la etiqueta<strong>del</strong> disco figura «canción andina», en los registros de Odeón el tema fue anotadocomo zamba.7 Sylvia Saítta (1998), Regueros de tinta. El diario «Crítica» en la década de1920, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, pág. 116.8 <strong>En</strong> entrevista de Antonio Carrizo, «La vida y el canto», Radio Rivadavia,2 de septiembre de 1978.85––c ien papelitos con su <strong>nombre</strong> y el <strong>del</strong> hotel esparcidos por las calles<strong>del</strong> pueblo–– y se paró en la puerta <strong>del</strong> salón a la espera de un públicoreticente, que empezó a acercarse sólo por curiosidad. Finalmente,unos setenta vecinos ––algunos llevaron las sillas desde sus casas––asistieron a ese concierto. Fue un número suficiente para colmar la bibliotecay poner feliz al ignoto intérprete. Ya famoso, muchos años después,recordaría Atahualpa: «Minutos antes de empezar, dos paisanosse pararon frente a la puerta y se pusieron a mirar y a calcular, al verque costaba un peso la entrada y se ofrecían diez canciones, entre zambas,vidalas, estilos, vidalitas y la “Canción <strong>del</strong> carretero” de López Buchardo.“Mirá”, dijo uno de ellos, “un peso, son diez canciones. Estamos

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