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En nombre del folclore - Rolling Stone

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en muchos casos. Si en tiempos no muy lejanos la escritura habíasido un berretín de gente acomodada, mujeres con tiempo libre ypolíticos en actividad, ahora proliferaban editoriales y, más importanteaún, los periódicos contrataban a escritores ––algunos consagradosy muchos otros en cierne–– para que nutrieran de bellas letras las crónicasinformativas.Héctor Roberto Chavero empezó a escribir a los trece años, y dosaños más tarde ya tenía algunos sonetos que afanosamente intentó publicaren páginas mimeografiadas <strong>del</strong> colegio. Se trataba, de acuerdocon su propia calificación, «de malos sonetos, débiles, sin asunto quevalga. Todo eso respondía a una necesidad imperativa de expresarme».16 Influido por Villaespesa, buscó la imagen sugestiva, adecuándosea la métrica y la rima. Pero fue en el terreno de la prosa, a propósitode un trabajo monográfico sobre los Doce Incas, que aquellaintención literaria empezó a tener alguna forma. Y sobre todo, una firma.Fascinado con la historia <strong>del</strong> Cuzco antiguo, Héctor volcó en sudeber los datos que encontró en los libros que su papá le había legado,agregándoles una dosis de fantasía seguramente alentada por la lecturade El tesoro de la juventud y sus fabulosas ilustraciones.56detenciones particulares. También a poner la sexta cuerda en re y probar,en consecuencia, otras posibilidades. Tras el sosiego de la milonga,el estilo y el canto por cifra, cada cantor traía su repertorio y su experiencia:no era lo mismo Nazareno Ríos, con su guitarra con bocaestrellada y su saco negro, que Luis Acosta García, un ex trovero nacidoen Dorrego que solía frecuentar Junín con una batería de versos escritose improvisados.22Ambos ejercieron una fuerte influencia en Héctor Chavero. A Ríoslo recordaría como a un intérprete de gran dignidad, que imponía silencioy respeto. «Recorría con la mirada el salón lleno de hombres,criollos en su mayoría, y no era necesario pedir compostura al auditorio.Antes de iniciar el estilo o la milonga, hacía un acorde pleno y firme.Las cuerdas emparejaban su tropilla de sonidos. Y luego de unabrevísima pausa, Nazareno Ríos comenzaba su preludio, expresivo,anunciador de bellezas.»23Por otra parte, Luis Acosta García, al que Héctor le dedicaría unacanción muchos años después, era célebre por la agudeza de sus textos.Había trabajado en circos y otros escenarios urbanos ––en el ParqueGoal, por ejemplo––, y de vez en cuando publicaba en los periódicosy revistas de los pueblos que visitaba. Era muy conocido en toda laprovincia, desde Pergamino ––se recordaba su actuación de 1922–– aBahía Blanca. Para Héctor, el <strong>nombre</strong> de este payador quedaría definitivamenteasociado a las primeras coplas de sentido social que escuchóen su vida.Junto a los «compuestos» de Ascasubi o Ambrosio Ríos, las palabrasde Rafael Barret o Alberto Ghiraldo ––voceros <strong>del</strong> anarquismo enBuenos Aires–– se hacían presente con frecuencia, esparciendo ideasque, desafiando la Ley de Residencia de 1902, criticaban el orden socialy alentaban rebeliones. De hacerse realidad, esas rebeliones iríanmás allá de los gestos de insumisión de la retórica criollista. Después<strong>del</strong> Centenario, el mundo <strong>del</strong> trabajo se había enrarecido en todo elpaís. A principio de la década <strong>del</strong> 20 aún estaban frescos los sucesosde la Semana Trágica ––un pogrom versión porteña, debut de la paranoiaanticomunista––, y la noticia de la masacre de los peones ovejerosen la Patagonia. A esto último le había seguido, en 1923, el asesinatode Héctor Varela. Curiosamente, las ideas atribuidas por la clasedirigente a los inmigrantes ácratas se popularizaban en los pueblos <strong>del</strong>a provincia a través de payadores abanderados <strong>del</strong> criollismo, más algúnhijo de italiano absolutamente integrado a ese mundo.59

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