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En nombre del folclore - Rolling Stone

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paisajes que las habían engendrado. Mientras la música pampeana, solitariapor naturaleza, se estiraba lánguidamente para dar contencióna todas las palabras, la zamba era precisa y corta. Mientras la milongapreludiaba en dos por cuatro historias solitarias o epopeyas de otrostiempos, la zamba se concentraba en las cortesías <strong>del</strong> amor, con susiempre cadencioso pie ternario.Ninguna de estas diferencias pasaría inadvertida para Héctor, quienescribiría más tarde: «Los rasguidos eran precisos, suaves y firmes a lavez, quizá más fuertes en los primeros cuatro compases, que indican lainiciación de la búsqueda simbólica <strong>del</strong> amor, que ordenan el gesto deserena altivez antes de elevar el pañuelo; luego, los rasguidos cobranuna especial ternura, mientras el cantor resolvía las frases que cerrabanla copla. Y ese era el momento en que el bailarín extendía el brazo,como si el ave blanca que su mano aprisionaba buscara un ademánde planeo y descenso sin prisa; como si el pañuelo quisiera contemplarsu propia sombra en el suelo».8Lo que seguramente aquel niño de diez años no podía comprenderera la dimensión amorosa de la zamba. Frente al pudor sentimental <strong>del</strong>gaucho, que hacía de la discreción una virtud esencial, aquellos tucumanosy tucumanas jugaban con sus pañuelos blancos y celestes, en unvaivén de aproximación y distancia que alegraba, y a veces enardecía,a los bailarines y su circunstancial público. Había allí otro modo de sermusical, y también las huellas de antiguas ceremonias cortesanas, qui-50tiro en la sien, calladamente, sin confesión final, sin curas a la vista, desafiandola doxa de la Iglesia.Décadas más tarde, Héctor evocaría a su padre haciendo una referenciaindirecta al suicidio: «El sentido <strong>del</strong> honor lo justificó yéndose.Eso se llama Un Hombre. Un hombre de verdad. Que no se repite; ysu bondad, su criollismo profundo, su alma libre, es el ejemplo que noconozco en otros».11 De todos modos, lo cierto fue que con tan sorpresivamuerte Héctor se quedó de a pie, perdido en la vida, sin el baqueanoprotector que le había enseñado a galopar la pampa, y pasando aser, para su desazón, el varón de más edad de la familia, un adulto detrece años, un niño grande que, de ahora en más, debería salir a trabajarpara arrimar un complemento a la viudez de Higinia.La gestión de la pensión fue más larga de lo esperado y la mujer ysus hijos fueron desalojados por orden judicial de la primera viviendaque habitaron después de la muerte de José Demetrio. Pero los parientesde Higinia colaboraron para que la familia no se hundiera en la miseria.<strong>En</strong> esa familia siempre habría tíos y primos rondando el núcleo,un poco a la manera de los antiguos clanes. María <strong>del</strong> Carmen pudo finalmenteterminar su estudios en la Escuela Normal y casarse con sunovio Andrés Centi. Demetrio Alberto se dedicó a oficios varios, entreel campo y la ciudad. Y Héctor debió combinar su secundario con tareasen un depósito de forraje y carbón primero, y con changas en unaescribanía más tarde.<strong>En</strong> fin, el salvaje Héctor se había convertido en un joven aplicadoy lleno de responsabilidades. Una imagen mítica de la infancia, asociadaa la naturaleza directamente experimentada, pasó entonces a ocuparel lugar <strong>del</strong> paraíso perdido: «Ya en mi rancho no había caballos nipotreros. Ya había quedado atrás la época en que todos los días jineteabapor los caminos de la pampa húmeda, paseando, visitando gauchos,llevando telegramas a las estancias situadas a kilómetros de Roca.Todo eso había quedado atrás. Yo tenía quince años y eso ya erapara mí el inicio en el caudal de mis recuerdos».12Hacia 1923, el subsidio de Higinia calmó un poco a la familia sobreviviente,aunque quedó claro que, de ahora en más, la vida de losChavero Haram transcurriría muy cerca de la pobreza, apretujada enuna pensión de Junín, contando las monedas y aguardando ese cambio

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