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En nombre del folclore - Rolling Stone

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tanto <strong>del</strong> hispanismo celebrado por buena parte <strong>del</strong> nacionalismo comode la visión liberal de lo «primitivo». Para la primera corriente, elindio no formaba parte de la esencia argentina: lo nacional se sustentabaen la herencia española, que en el mejor de los casos podía derivar,como lo había explicado Lugones en El payador, en la estirpe <strong>del</strong>gaucho. Y para los liberales, bueno, qué podía decirse <strong>del</strong> aborigen: unpobre rezagado de la historia.Héctor supo trascender ambos prejuicios, y si bien tiñó de ciertavaloración romántica la figura <strong>del</strong> viejo habitante americano, su composiciónalcanzó la dimensión de un verdadero rescate. Esta vez, MartínFierro fue dejado de lado, y su lugar ocupado por un sujeto temidoy despreciado por el propio Fierro. Ese sujeto era el Otro detrás de lafrontera, el salvaje irrecuperable. <strong>En</strong> términos literarios, su mejor imagensería quizá la <strong>del</strong> camino «que junta el valle con las estrellas». Sencillay <strong>del</strong>icada, despojada de toda adjetivación, esa imagen descubría,ante el público ocasional de Junín, el talento de un joven poeta con guitarra.Para los que mejor lo conocían ––sus hermanos, su madre, sustíos–– el gran mérito de Héctor era el de haber logrado volcar en unacanción el recuerdo seleccionado de su estadía tucumana.5<strong>En</strong> cuanto a la música, «Camino <strong>del</strong> indio» era un híbrido. Lejosde la pretendida autenticidad <strong>del</strong> Altiplano evocado en la letra, su rit-70don. Las películas con Rodolfo Valentino y las orquestas de jazz eranpara el porteño presencias tan familiares como el sainete criollo y laorquesta típica. Pero la campaña estaba ahí nomás: el fulgor porteñose basaba en las riquezas <strong>del</strong> campo, siempre listo para ofrecer sus cosechasy carnes al mundo exterior. <strong>En</strong> las suelas de los ciudadanos másurbanizados siempre había olor a bosta. Los artistas de tango se internabancon frecuencia en la provincia, y de esta no dejaban de llegarcantores y payadores.La gente de ciudad no usaba poncho ni bombachas ––y más de unavez se reía de esa clase de vestimentas––, pero las prendas de campono eran raras en el paisaje citadino. Aún se podían ver, a pocas cuadras<strong>del</strong> centro, guapos y compadritos vestidos a la usanza orillera. Ytambién carros tirados por caballos. <strong>En</strong> los folletines costumbristas, asícomo luego en los primeros radioteatros al estilo «Chispazos de tradición» o «Cenizas <strong>del</strong> fogón», los tipos camperos eran muy habituales,mientras el mate se bebía con fruición, tanto en el centro como en losbarrios.Héctor llevaba lo mínimo imprescindible: un bolso marinero conuna camisa limpia, lista para vestir si aparecía alguna actuación, unaguitarra sin estuche y 25 centavos en el bolsillo. También portaba doscartas de recomendación, con las que probaría suerte en los diarios LaFronda y Crítica. <strong>En</strong> el primero trabajaría unos cuantos meses, sin trascenderel ámbito <strong>del</strong> taller y reprimiendo sus ideas políticas, sin dudadisonantes en ese diario. <strong>En</strong> realidad, lo que él quería con todas sus ganasera escribir en Crítica. Para ese medio, el contacto se llamaba JoséRamón Luna y la carta iba de parte de un compañero <strong>del</strong> taller tipográficode La Verdad.Por entonces, Luna era un escritor bastante conocido entre los lectoresde Crítica. Era tucumano, buen periodista y lector obsesivo. Comoescritor, había debutado con algunos versos de corte indigenista, sibien su visión <strong>del</strong> asunto era la propia de un hombre de ciudad. El periódicoen el que trabajaba irradiaba, sobre un amplio registro de temas––incluido el tema rural, mediante secciones como «Acérquese alfogón» y «Vocabulario criollo»––,7 imágenes de una Buenos Aires brillantey en plena transformación. Luna y sus compañeros sabían queescribir en Crítica era toda una distinción, si bien para los grupos másconservadores el periódico, que combinaba de manera curiosa el sensacionalismocon la mejor literatura periodística, representaba el lado

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