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Cronología
de una implosión
ción por hambre y la deformación de los valores éticos y morales,
fueron algunos de los mecanismos empleados por sus regímenes
para mantener adormecida a la población, contando con la “invalorable
contribución” de empresarios, banqueros, industriales, militares y
dueños de medios de comunicación.
Ocupa un rol central en este libro el ocaso de la IV República,
por los sucesos trascendentales que marcaron sus (des)gobiernos,
por los escándalos políticos, por los hechos de corrupción, la rapiña
económica, la ausencia de justicia y la ilusión de “aquí no pasa nada”
forjada por algunos medios impresos y audiovisuales.
En la presente cronología revisamos a fondo los años en
que asumieron la Presidencia por segunda vez Carlos Andrés Pérez
(1974-1979, 1989-1993) y Rafael Caldera (1969-1974, 1994-
1999); aunque la debacle de la IV República comenzó mucho antes.
Luego de treinta años de subestimar a los más humildes, a
quienes les negaron los beneficios de la bonanza petrolera, luego de
tres décadas de corrupción, despilfarro, medidas inconsultas y muertes
injustificadas, los días 27 y 28 de febrero de 1989 Venezuela
sufrió una súbita explosión popular en respuesta a las medidas económicas
dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) e implementadas
por el antiguo ministro del Interior que a inicios de la “era
democrática”, en los años 60, emitía órdenes para asesinar, torturar
y desaparecer venezolanos: el presidente Carlos Andrés Pérez, en su
segundo mandato. El Gobierno de Pérez sólo halló un medio para dialogar
con sus ciudadanos: los fusiles. A pesar de la salvaje represión,
quedó enterrada para siempre, junto a centenares de venezolanos
de las clases media y baja, la sumisión del pueblo venezolano.
En las siguientes páginas mostramos la historia del descenso
de un sistema político que comenzó a desplomarse en “el Caracazo” y
que, tras una profunda crisis de gobernabilidad que incluyó dos rebeliones
civicomilitares, fue definitivamente sepultado cuando el teniente
coronel Hugo Chávez juró como Presidente de la República sobre
la “moribunda” Constitución de 1961 y, la historia lo quiso así, recibió
la banda presidencial precisamente de manos de Rafael Caldera.
La libertad y la justicia resplandecen en el horizonte de la Patria
en el amanecer del siglo XXI. Necesario es volver la mirada y hacer
memoria para garantizar el avance de Venezuela por el camino
de la transformación.
Sembrar el petróleo:
una frase histórica, dos tiempos
1936
El diario caraqueño Ahora
publicó en primera página
un editorial titulado “Sembrar
el petróleo”, del escritor
venezolano Arturo Uslar
Pietri, quien planteó la necesidad
de redistribuir los
recursos provenientes de
la renta petrolera hacia el impulso
del sector no petrolero
de la economía nacional, con
miras al desarrollo integral
del país. La frase fue inspirada
por Alberto Adriani, en los
años 20 y, el joven Uslar Pietri,
funcionario del Ministerio de
Educación, precisa el enfoque
por primera vez, en la época del
gobierno del general Eleazar López
Contreras, cuando escribió:
“Cuando se considera con algún
detenimiento el panorama
económico y financiero
de Venezuela se hace angustiosa
la noción de la gran parte
de economía destructiva que
hay en la producción de nuestra
riqueza, es decir, de aquella
que consume sin preocuparse
de mantener ni de reconstituir
las cantidades existentes de
materia y energía. En otras palabras, la economía
destructiva es aquella que sacrifica el futuro
al presente, la que llevando las cosas a los términos
del fabulista se asemeja a la cigarra y no
a la hormiga.
(…) La riqueza pública venezolana reposa en la actualidad,
en más de un tercio, sobre el aprovechamiento
destructor de los yacimientos del subsuelo, cuya vida
no es solamente limitada por razones naturales, sino
cuya productividad depende por entero de factores y
voluntades ajenos a la economía nacional. Esta gran
proporción de riqueza de origen destructivo crecerá
sin duda alguna el día en que los impuestos mine-
ros se hagan más justos y remunerativos, hasta
acercarse al sueño suicida de algunos ingenuos
que ven como el ideal de la hacienda venezolana
llegar a pagar la totalidad del presupuesto con la
sola renta de minas, lo que habría de traducir más
simplemente así: llegar a hacer de Venezuela un
país improductivo y ocioso, un inmenso parásito
del petróleo, nadando en una abundancia momentánea
y corruptora y abocado a una catástrofe inminente
e inevitable.
Pero no sólo llega a esta grave proporción el carácter
destructivo de nuestra economía, sino
que va aún más lejos alcanzando magnitud trágica.
La riqueza del suelo entre nosotros no sólo
no aumenta, sino tiende a desaparecer. Nuestra
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