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Tejiendo voces por la casa común

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VOCES<br />

DE LA COMUNIDAD<br />

EN ALGÚN LUGAR DEL SUEÑO<br />

HAY UN PARAJE MALDITO<br />

La noche invernal cierne su aliento sobre<br />

<strong>la</strong> punta de mis dedos. Quisiera escribir sobre <strong>la</strong><br />

sorprendente habilidad que tienen los alumnos<br />

para robar nísperos y sonrisas, o bien acerca del<br />

acal<strong>la</strong>do carácter de los jardineros al embellecer<br />

los rincones de cada facultad, mas estoy obligada<br />

a narrar entre penumbras hechos lúgubres que<br />

pueden acechar los pasos de aquéllos que se sienten<br />

a salvaguarda dentro de <strong>la</strong> universidad.<br />

El invierno cobija nuestra <strong>casa</strong> de estudios y<br />

<strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s –esos falsos <strong>la</strong>mpadarios, quiméricos<br />

soles vetustos–, se yerguen altivas en el espacio,<br />

murmurando sortilegios que escapan al oído alegre<br />

de los alumnos, quienes, ansiosos, salen de<br />

su última c<strong>la</strong>se mientras <strong>la</strong>s sombras rondan ya<br />

los pasillos. Esos jóvenes desconocen que ahí, en<br />

donde suelen gritar y reír tranqui<strong>la</strong>mente, se manifestó<br />

lo innominable pocas semanas atrás.<br />

Inevitablemente vienen a mi mente <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras<br />

del poeta y demonólogo Abdul Alhazred:<br />

“Un suspiro mora en mi pecho como si fuera una<br />

oscura linterna”. Este soplo que recorre de manera<br />

vesánica los tenues <strong>la</strong>tidos de mi cordura, se<br />

exha<strong>la</strong> en forma de <strong>la</strong>mento, recitando de manera<br />

obsesiva un poema de H.P. Lovecraft:<br />

En algún lugar del sueño hay un paraje maldito<br />

en donde altos edificios deshabitados<br />

se apiñan a lo <strong>la</strong>rgo de un canal estrecho,<br />

sombrío y profundo,<br />

que apesta a cosas horrendas<br />

Rocío Mejía Orne<strong>la</strong>s<br />

Siempre habré de recordar<br />

y estremecerme<br />

cuando sop<strong>la</strong> el viento de <strong>la</strong> noche,<br />

hasta que el olvido, o algo peor,<br />

me rec<strong>la</strong>me.<br />

La ciudad sin nombre, H. P. Lovecraft<br />

arrastradas <strong>por</strong> corrientes grasientas.<br />

Callejones con viejos muros que se tocan casi<br />

en lo alto<br />

desembocan en calles que uno puede conocer<br />

o no,<br />

y un pálido c<strong>la</strong>ro de luna arroja un brillo espectral<br />

sobre <strong>la</strong>rgas hileras de ventanas, oscuras y<br />

muertas.<br />

No se oyen ruidos de pasos,<br />

y ese sonido suave es el del agua grasienta deslizándose<br />

bajo puentes de piedra<br />

y <strong>por</strong> <strong>la</strong>s oril<strong>la</strong>s de su cauce profundo,<br />

hacia algún vago océano.<br />

Ningún ser vivo podría decir<br />

cuándo arrastró esa corriente del mundo de<br />

arcil<strong>la</strong><br />

su región perdida en el sueño.<br />

Han sido varias noches en <strong>la</strong>s que trato de olvidar<br />

el teratológico sonido que sacudió a mi alma,<br />

un viernes 11 de diciembre de 2015. El último<br />

viernes de trabajo. Ese día debí salir, como dicta<br />

mi horario <strong>la</strong>boral, a <strong>la</strong>s 20:00 h., pero me retrasé<br />

una media hora más en <strong>la</strong> oficina de <strong>la</strong> Escue<strong>la</strong><br />

de Técnicos Laboratoristas, con <strong>la</strong> intención de<br />

terminar lo más posible ciertos documentos que<br />

me permitiesen cerrar tranqui<strong>la</strong>mente el semestre<br />

esco<strong>la</strong>r. Por lo regu<strong>la</strong>r, al terminar <strong>la</strong> jornada<br />

<strong>la</strong>boral me dirijo al estacionamiento para dar fin<br />

al día de trabajo. Casi siempre, acompañada de<br />

mis colegas.<br />

No esa noche.<br />

Al ir caminando <strong>por</strong> el pasillo que conduce<br />

al estacionamiento escuché unos grotescos gruñidos<br />

provenientes del Auditorio de <strong>la</strong> Unidad<br />

Biomédica. Me quedé parada unos segundos y<br />

encorvé <strong>la</strong>s cejas. A veces el cansancio hace ma<strong>la</strong>s<br />

jugadas, pensé, y volví a retomar mis pasos.<br />

Pero al iniciar mi andar, los guturales sonidos<br />

surgieron de nuevo, profanando el juego de luces<br />

y sombras que yacían como mortaja de mi ahora<br />

sinuoso camino.<br />

La suerte se desteje e hi<strong>la</strong> en un santiamén.<br />

Y uno, en ignorante torpeza, arma cada instante<br />

con los ojos cerrados. Debí dirigirme hacia mi automóvil<br />

sin cuestionar los misterios de <strong>la</strong> noche.<br />

No obstante, <strong>la</strong> curiosidad es una brisa lúbrica<br />

que ciega <strong>la</strong> razón. Por lo tanto, me dirigí –con <strong>la</strong><br />

sangre alborozada a causa del novedoso suceso–<br />

hacia <strong>la</strong>s escaleras que conducen al auditorio. Sin<br />

adentrarme en el pasillo de donde suponía surgían<br />

los aparentes gemidos, pregunté tranqui<strong>la</strong><br />

pero severa: “¿Quién anda ahí?”<br />

Risas. Desfiguradas risas. Ésa fue mi respuesta.<br />

Y <strong>la</strong> aparición de un par de sombras famélicas,<br />

semejantes a personas encorvadas, atravesando el<br />

pasillo.<br />

Retrocedí, comprendiendo a un nivel muy primitivo<br />

que aquello estaba fuera de mi alcance. No<br />

recuerdo haber dado <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong> hórrida escena.<br />

No recuerdo cómo logré subirme al auto,<br />

ya que mis manos temb<strong>la</strong>ban al intentar abrir<br />

<strong>la</strong> cerradura. Pero al partir del estacionamiento<br />

aún conservo en <strong>la</strong> memoria que, mirando <strong>por</strong> el<br />

retrovisor, <strong>la</strong>s mismas sombras se erguían unos<br />

cuantos metros atrás del carro. Aceleré y no miré<br />

de nuevo tras de mí. La mirada se me quedó conge<strong>la</strong>da<br />

hacia <strong>la</strong> calle, con el único objetivo de ver<br />

<strong>la</strong> reja que anuncia <strong>la</strong> salida de <strong>la</strong> universidad.<br />

“Las estrel<strong>la</strong>s osci<strong>la</strong>ban en roja angustia, el<br />

viento frío silbaba estridente en mis oídos”, anuncia<br />

el cuento de Robert Bloch, Vampiro este<strong>la</strong>r. Y,<br />

como el re<strong>la</strong>to gótico, temí que esa noche al llegar<br />

al cobijo de mi hogar esas presencias descarnadas<br />

pudieran, de alguna manera, seguir asediándome.<br />

Sin embargo, <strong>la</strong> calidez de <strong>la</strong> familia y una buena<br />

cena me hicieron tomar el asunto hasta con gracia,<br />

al narrar con detalle a los míos lo sucedido.<br />

Coincidieron en que debió ser una broma de mal<br />

gusto y pidieron que fuera más cuidadosa, pues:<br />

“Hay que temerle a los vivos, no a los muertos”.<br />

Ahora, puedo decir que le temo a ambos.<br />

Pasaron algunos días y, aunque el recuerdo a<br />

veces me atormentaba, logré poco a poco disipar<br />

H. P. Lovecraft <strong>por</strong> Abigail Larson<br />

mis angustias. La cercanía de <strong>la</strong> Navidad fue el<br />

nepente para esta situación. Sin embargo, una<br />

tarde mientras observaba un pálido atardecer,<br />

vino a mi mente un exalumno de técnicos –ahora<br />

estudiante de medicina– que gustaba de realizar<br />

dibujos, especialmente con diversos carboncillos;<br />

su talento lo llevó a ganar varios concursos dentro<br />

de <strong>la</strong> universidad, <strong>por</strong> su trazo definido tanto para<br />

<strong>la</strong>s figuras humanas como oníricas. Meses atrás,<br />

me había enseñado algunos bocetos con un estilo<br />

sombrío, siniestro, de sombras semejantes a<br />

bestias míticas. Me preguntó qué opinaba sobre<br />

éstos. Admití que sus trazos encerraban una belleza<br />

extraña, atemorizante. “La verdad, los hice<br />

para quitarme de <strong>la</strong> cabeza una pesadil<strong>la</strong> que me<br />

ha estado molestando”. En ese momento su comentario<br />

me pareció un tanto absurdo, pero esa<br />

tarde de reflexión parecía cobrar sentido y guardar<br />

cierta similitud su miedo con el mío.<br />

Afortunadamente tenía el contacto del exalumno<br />

en redes sociales, así que le escribí, recordándole<br />

sus dibujos, y aventuré a deve<strong>la</strong>r lo que había<br />

pasado en el Auditorio de <strong>la</strong> Unidad Biomédica.<br />

Tardó dos días en responderme. Ya me encontraba<br />

a punto de dormir cuando escuché el sonido de un<br />

mensaje nuevo en el celu<strong>la</strong>r. Al ver que se trataba<br />

de él, lo miré expectante. Eran <strong>la</strong>s 11 de <strong>la</strong> noche<br />

apenas. Su breve mensaje me aterró: “Maestra,<br />

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