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El hombre <strong>de</strong> cristal<br />
II <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1999<br />
Este encuentro con Giovanni me ha hecho reflexionar mucho sobre el camino que<br />
he recorrido hasta ahora. Creo que el <strong>de</strong>stino está siempre jugando con las<br />
personas y que tiene muchos caminos. Yo elegí uno y, escarmentada, me ha<br />
conducido hasta Giovanni, a través <strong>de</strong> <strong>una</strong> casa <strong>de</strong> citas. Si no hubiese tomado la<br />
<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> meterme en esto, seguramente nunca le hubiese conocido.<br />
Parecemos tener muy poco en común y las probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> encontrarnos fuera<br />
son tan escasas... En el fondo, lo único que yo estoy buscando es amor. Quizá<br />
porque nunca me he sentido querida. Cualquier cosa que he hecho hasta ahora ha<br />
sido por un único objetivo: el amor. Citas a ciegas, aventuras <strong>de</strong> <strong>una</strong> noche, la<br />
casa, tantos medios para encontrar lo que siempre he buscado. Hoy me siento<br />
muy feliz por este <strong>de</strong>scubrimiento, y pienso transmitirlo a todo el mundo.<br />
Y con este buen humor en el cuerpo, me voy a trabajar como <strong>de</strong> costumbre,<br />
<strong>de</strong>cidida a hacer el bien a mi alre<strong>de</strong>dor, sin saber que mi «víctima» <strong>de</strong> esta noche<br />
va a ser la persona que más lo necesita <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy en la casa.<br />
A eso <strong>de</strong> las dos <strong>de</strong> la madrugada, Sofía me <strong>de</strong>spierta, con Jordi en los brazos,<br />
para darme un trabajo. Un cliente nuevo, joven, ha llamado y ha pedido a <strong>una</strong><br />
chica europea particularmente cariñosa.<br />
—Ya enten<strong>de</strong>rá el porqué luego -le explicó el cliente a Sofía.<br />
Esta noche, Isa y yo somos las únicas chicas que hemos venido a trabajar. Pero<br />
Sofía tiene claro que no la pue<strong>de</strong> mandar a ella.<br />
Así que me encamino hacia el domicilio <strong>de</strong>l cliente. Vive en la parte alta <strong>de</strong> la<br />
ciudad, en un edificio muy bonito que tiene vigilancia las veinticuatro horas <strong>de</strong>l día.<br />
Al abrirme la puerta, creo que no puedo disimular la sorpresa y el susto en mi<br />
cara, aunque mi intención es la <strong>de</strong> parecer lo más natural posible. Iñigo está<br />
sonriendo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, bien acomodado en su silla <strong>de</strong> ruedas. Me hace pasar<br />
enseguida al salón, porque, «no sirve <strong>de</strong> nada llevarte a mi dormitorio», me va<br />
explicando, riéndose <strong>de</strong> buena gana. El piso es gran<strong>de</strong> y mo<strong>de</strong>rno, pero hay un<br />
olor a rancio que es difícil <strong>de</strong> soportar. Todas las puertas están adaptadas al paso<br />
<strong>de</strong> <strong>una</strong> silla <strong>de</strong> ruedas y empiezo a sentirme muy mal por la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> este<br />
chico, que no <strong>de</strong>be <strong>de</strong> tener más <strong>de</strong> veintiséis años.<br />
Ante esta afirmación, me siento en un rincón <strong>de</strong>l sofá —casi me <strong>de</strong>jo caer— y le<br />
pido permiso para encen<strong>de</strong>r un cigarro.<br />
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