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Valerie Tasso. Diario de una ninfómana

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11 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1997<br />

Bigudí está dando vueltas por el piso, reconociendo su nuevo hogar. Mami ha<br />

muerto. Un infarto, a su avanzada edad, se la ha llevado, y no ha habido manera<br />

<strong>de</strong> salvarla. Siento que he perdido <strong>una</strong> parte <strong>de</strong> mí, justo cuando se estaba<br />

estableciendo algo muy bonito entre ella y yo.<br />

Y se ha ido sin po<strong>de</strong>r recibir mi postal <strong>de</strong> Perú. Siento que la vida está siendo muy<br />

injusta y no logro <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar en si he hecho algo malo para merecer este<br />

palo. La muerte es horrible no para los que se van, sino para los que se quedan.<br />

10 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1997<br />

—¡En tu oficina son todos unos inútiles! —grita Hassan en el teléfono como si<br />

hubiera interferencias y estuviera en la China—. Me ha dicho <strong>una</strong> señorita,<br />

seguramente en prácticas, que ning<strong>una</strong> Val trabaja allí.<br />

He olvidado el carácter tan autoritario que tiene Hassan. Le gusta obtener las<br />

cosas enseguida, como a un niño caprichoso. Por eso seguimos en contacto.<br />

Porque en el fondo, le doy todo lo que quiere <strong>una</strong> mujer, sobre todo sexo, juventud<br />

y pocas preguntas.<br />

Cuando le conocí, sentí enseguida mucho respeto, ternura y temas sexuales <strong>de</strong><br />

experimentar con un hombre mucho mayor que yo. Él estaba sentado en el sofá<br />

<strong>de</strong>l bar <strong>de</strong>l Hyatt, y yo estaba cenando con mi colaborador en el restaurante <strong>de</strong>l<br />

hotel, incómoda porque intentaba esquivar las miradas impertinentes <strong>de</strong>l cocinero<br />

italiano, Luca, que se había encaprichado conmigo. Luca tenía la apariencia <strong>de</strong> un<br />

marinero drogadicto que acababa <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la carcel, y llevaba tatuado en ambos<br />

brazos los nombres <strong>de</strong> las mujeres con quienes había estado. Todas las noches,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su trabajo, venía a rogarme <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mi puerta que le <strong>de</strong>jara pasar, y<br />

que mandaba poemas en un francés vulgar y lleno <strong>de</strong> faltas <strong>de</strong> ortografía, que<br />

había aprendido seguramente <strong>de</strong> carceleros galos. No me gustaba nada. Aquella<br />

noche, Hassan entendió rápidamente lo que estaba pasando y vino a rescatarme,<br />

invitándome a <strong>una</strong> copa. Tenía, en aquella época, a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong> ministro, llevaba<br />

trajes elegantísimos <strong>de</strong> Yves Saint-Laurent, y tenía a medio hotel en el bolsillo.<br />

Cada vez que los camareros pasaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, le hacían reverencias o le<br />

saludaban como si fuera el dueño <strong>de</strong>l país. Yo estaba en el cielo con ese hombre<br />

a mi lado, y fue cuando entendí el significado <strong>de</strong> lo que llamamos «la erótica <strong>de</strong>l<br />

po<strong>de</strong>r». Quería experimentar lo que a muchas mujeres les vuelve locas: estar al<br />

lado <strong>de</strong> un hombre rico y po<strong>de</strong>roso. Porque la verdad es que no es particularmente<br />

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