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Cuando comenzaba el año 1943 llegaron a establecerse en Olavarría, Provincia de<br />
Buenos Aires, Don Antonio y su familia. Etelvina era una modista fina y María, mi<br />
madre, con 26 años, su oficiala ayudante, amiga, hija, hermana, madre, cocinera y<br />
mucama de corazón porque amaba a cada uno de ellos, agradecida.<br />
Llega el Carnaval de 1944 y Olavarría se llena de carrozas, serpentinas y gente que<br />
“da la vuelta al perro” alrededor de la plaza, echando los muchachos “agua perfumada”<br />
a las muchachas.<br />
Mi padre, un buen mozo tres años menor, hijo de italianos residentes en Olavarrìa<br />
desde hacia ya treinta y cinco años, que habían llegado a Argentina por el 1900 y se<br />
habían establecido en esos primeros años en Laprida, ciudad cercana, por trabajar<br />
mi abuelo en el Ferrocarril General Roca, estaba en la ardua tarea de piropear a las<br />
mujeres que caminaban por la plaza, desde su flamante Ford T. Hasta que se encontró<br />
con la cintura de mi madre, que ataviada de impecable “trajecito”-como<br />
decía ella- paseaba “del brazo” de sus amigas. Así fue como Amadeo siguió el contorneo<br />
de las caderas, las medias “con raya” y los zapatos de tacos muy altos y<br />
cuando mi madre giró la cabeza para mirarlo, èl conmocionado chocó con su Ford<br />
T al coche que iba adelante.<br />
Doce largos años de noviazgo, hasta 1956, no agotaron sus esperanzas de casarse.<br />
Les ponían mil obstáculos. Podían verse cada dos semanas, si no llovía ese día, porque<br />
de ser así, debían esperar dos semanas más. Mi madre en esas ocasiones de<br />
falta de permiso para verlo, iba a hacer las compras a la carnicería del Mercado<br />
Municipal, sacaba un número y le pedía a quien tenía el numero anterior, que le<br />
guardara el lugar mientras ella caminaba doce cuadras hasta el taller de mi padre,<br />
aledaño a la casa de mis abuelos. Le daba un beso y volvía apurada, sobre sus altos