REVISTA MUNDO PLURAL NRO 9

tacos, esas doce cuadras de regreso feliz.
El Tío Antonio había pedido que mi padre construyera una casa para poder desposar
a mi madre, de allí los años de noviazgo. La construyó. La mejor casa de la cuadra
brillaba tentadora sobre el taller de mi padre. Nunca la estrenaron. Se casaron en
1956 y se quedaron viviendo en la antigua casona de mis abuelos, con la abuela,
madre de siete hijos, seis casados y mi padre con quien compartían la casa en la que
ahora viviría mi madre. Sin quejarse nunca de no habitar en la nueva casa. La abuela
no quería mudarse.
Transgresores, vivieron allí veinticuatro años más, hasta que los traje a la Capital.
El 10 de Julio de 1957, un año después de casarse, nacía yo, en Capital, donde mi
madre vino a parirme a sus cuarenta y un años, en el Hospital Ramos Mejía, donde
trabajaba “Tío Juan” médico. Mi padre regreso a Olavarría a abrir su taller y luego de
un mes mi madre regresó con su amor que nos estaba esperando.
Siempre les fue difícil todo, pero criar a una hija con amor, trabajar decentemente
en lo que amaban, era su desvelo. Mi padre alternaba su trabajo como mecànico con
un Estudio de grabaciones de discos, montado en la casa. Gravaba discos principalmente
de casamientos, en los que mi madre oficiaba de “speaker·, contando, con el
fondo de la Marcha Nupcial de Mendelson, detalles completos sobre la boda. Era
hermoso verlos trabajar.
Hacia 1970 aparecen los casettes y mi padre no se adapta al cambio y pierde su
amado trabajo y hobbie. Llegan los infartos. El Rodrigazo, la guerra de Malvinas que
es una puñalada en su delicado corazón y luego se mudan conmigo a la Capital donde
alquile un departamento y vivimos los tres, amándonos. Pero abandonar todo y